MARZO 6 -- Grato Perfume -- Ch Shaw

14 Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se esparce por todas partes como un aroma agradable. 15 Porque nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se pierden. 16 Para los que se pierden, este incienso resulta un aroma mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da vida. ¿Y quién está capacitado para esto?

El apóstol Pablo, al igual que el Maestro de Galilea, frecuentemente utilizaba imágenes de la vida real para ilustrar las grandes verdades del evangelio. Si no estamos enterados de la analogía que está usando podremos perder gran parte de la riqueza del texto, como puede ser el caso del pasaje en que se basa nuestra reflexión de hoy.

La ilustración fue tomada de una práctica de las interminables campañas militares del invencible ejército Romano. Cualquiera de los habitantes de la capital del imperio habrían tenido oportunidad de presenciar uno de estos acontecimientos.Nosotros, su iglesia, somos los que despedimos el aroma de su triunfo. Otros, habrían escuchado los relatos de tan memorable espectáculo. Se trataba del desfile triunfal que realizaban los generales que concluían con éxito una campaña contra algunos de los pueblos enemigos del vasto territorio que controlaban.

Cuando lograban sofocar una rebelión, como en el caso del fatal intento de independencia de los judíos en el año 70 a.d., o ponían fin a alguna incursión para conquistar nuevos pueblos, el ejército victorioso, en su retorno a Roma, hacía una entrada triunfal a la gran ciudad. El desfile era presenciado por multitudes de la población, quienes veían con sus propios ojos los frutos de la campaña realizada. La gran procesión iba acompañada de toda la pompa típica de la vida en Roma. Encabezaban la marcha los sacerdotes que servían a los diferentes dioses del imperio, portando recipientes con incienso, los cuales desparramaban un fragante perfume a lo largo de toda la ruta del desfile. Atrás de ellos desfilaban las tropas del ejército victorioso, vitoreados por el pueblo. Los soldados eran seguidos por el ejército derrotado, el cual llegaba a Roma en cadenas para ser vendidos como esclavos o convertidos en gladiadores. La procesión terminaba con la carroza que llevaba al general que había dirigido a las tropas victoriosas.

Cada uno de los que participaba de la marcha podía sentir el perfume que iban dejando los sacerdotes, pero tenía distinto significado para quienes lo olían. Para las tropas del ejército Romano, el aroma endulzaba la victoria obtenida. Pero para el ejercito vencido, el mismo olor anunciaba la inminente muerte de muchos de ellos.

Del mismo modo despliega Cristo el perfume de su victoria en la sociedad en que vivimos. Nosotros, su iglesia, somos los que despedimos el aroma de su triunfo. Algunos, que perciben este dulce olor, encuentran al Cristo victorioso detrás de la vida de sus hijos. Para otros, sin embargo, la necedad de la cruz no significará otra cosa que el anuncio de su propia muerte espiritual. Sea cual sea la realidad, recae sobre nosotros ser testigos del triunfo de nuestro Señor. Despedimos perfume de cosas santas cuando escogemos vivir la clase de vida a la que hemos sido llamados. Es decir, logramos que otros vean al Mesías en nuestras palabras, nuestros gestos y actitudes, nuestro comportamiento y nuestras obras.

Para pensar:

La marcha triunfal de Cristo no es algo que está reservado para el futuro, sino una realidad visible en todos los lugares donde su iglesia avanza victoriosa sobre las tinieblas.