MARZO 25 -- ORAR EN EL ESPIRITU -- CH Spurgeon


No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo.
Efesios 6 : 18

Es evidente que este versículo está apuntando a mucho más que hablar en lenguas, aunque esta es una de las manifestaciones del Espíritu. Las palabras que escoge el apóstol para acompañar su exhortación, orar, suplicar, velar con toda perseverancia, nos hablan de una intensidad que trasciende la experiencia de oración común a la mayoría de nuestras vidas. Para nosotros, la oración muchas veces consiste en elaborar una lista de peticiones y elevarlas al Señor, esperando que él se complazca en añadir su bendición.La oración en el Espíritu es, en su esencia, una oración donde el protagonista principal es precisamente el Espíritu. Meditemos por un instante en el significado de esta frase «en el Espíritu». ¿Cuál es la diferencia entre una oración conducida por nuestra pasión y una que es efectuada en el Espíritu? Con solo efectuar la pregunta comenzamos a vislumbrar la diferencia que puede haber entre lo uno y lo otro. La oración elaborada por nuestra pasión puede ser muy profunda e intensa pero tiene justamente ese problema: ¡es nuestra! La oración en el Espíritu es, en su esencia, una oración donde el protagonista principal es precisamente el Espíritu. Es decir, el que impulsa las peticiones y expresiones hacia Dios es el mismo Señor. Es, en las palabras de un autor, «Cristo orando a través de nosotros».

Considere esto, a la luz de la siguiente declaración de Pablo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.» (Ro 8.26). Quedan claramente expuestos dos conceptos en este versículo. En primer lugar, nuestra oración se elabora desde una postura de debilidad, y esta debilidad consiste en que no sabemos qué es lo que debemos pedir. No obstante, en la mayoría de nuestras oraciones nos movemos como si supiéramos que pedir, como si estuviéramos absolutamente seguros de las peticiones que tenemos que efectuar. Orar en el Espíritu, entonces, requeriría de nosotros que seamos mucho más cautos a la hora de pedir cosas o, incluso, a la hora de hablar en su presencia. Nos invitaría a escuchar, para que el Espíritu nos dé alguna indicación de qué tipos de peticiones podemos o debemos efectuar.

En segundo lugar la declaración de Pablo nos informa que, no importa cuan «prolijas» sean nuestras oraciones, el Espíritu las toma y traduce en algo que es entendible para el Padre. ¿Estamos afirmando que el Padre no nos entiende? ¡De ninguna manera¡ Lo que estamos diciendo es que el Espíritu toma nuestras oraciones muy humanas y las convierte en algo mucho más acorde a los deseos y las cargas del Padre. Interpreta el sentir de nuestro corazón, aunque nosotros no podamos darle palabras ni aun entenderlo. Al igual que todas las otras actividades que forman parte de la vida espiritual de los hijos de Dios, la oración debe ser realizada como fruto del accionar del Espíritu. ¿Podremos detener suficientemente nuestros propios impulsos para darle lugar a él?

MARZO 17 -- LLevar nuestra Cruz -- David Wilkerson

Jesús le dijo a sus discípulos, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). Sin embargo, ¡Jesús no podía llevar su cruz y ni tampoco usted puede!

Mientras Jesús soportaba su propia cruz hacia el Gólgota, guiado por sus atormentadores, él estaba muy débil y agotado para llevarla por mucho tiempo. Cuando él llegó al final de su aguante, su cruz fue puesta sobre otros hombros. La Biblia no nos dice qué distancia Jesús llevó su cruz, pero sabemos que Simón el Cireneo fue obligado a tomarla y llevarla hasta el lugar de la crucifixión (ver Mateo 27:32).

¿Qué significa esto para nosotros? ¿Nos haría nuestro Señor hacer algo que él no pudo hacer? ¿No dijo él “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27)? Una cruz es una cruz, ya sea de madera o espiritual. No es suficiente decir, “su cruz era diferente – nuestra cruz es espiritual.”
Personalmente, a mí me da gran esperanza saber que Jesús no pudo tomar su propia cruz. Me anima saber que no soy el único que está abatido hasta el suelo a veces, y que no soy capaz de continuar con mis fuerzas.

Jesús sabía exactamente lo que estaba diciendo cuando nos llamó a “tomar nuestra cruz y seguirlo.” Él recordaba su propia cruz y que otro tuvo que llevarla en lugar de él. ¿Por qué entonces él me pediría que yo le ponga el hombro a una cruz que pronto me aplastaría en el suelo? Él conoce la agonía, la impotencia, y la carga que la cruz produce. Él sabe que no podemos llevarla todo el camino en nuestras propias fuerzas.

Aquí hay una verdad escondida que necesitamos descubrir, una verdad tan poderosa que cambiará la manera en que miramos todos nuestros problemas y dolores. Parecería como un sacrilegio sugerir que Jesús no llevó su propia cruz, pero esa es la verdad.

Dios sabe que no hay ninguno de sus hijos que pueda llevar su cruz cuando la tomamos al seguir a Cristo. Queremos ser buenos discípulos negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz, pero parece que nos olvidamos que esa misma cruz nos llevará algún día al final de nuestra resistencia humana. ¿Nos pediría Jesús a propósito que tomemos una cruz la cual él sabe que nos quitará todas nuestras energías humanas y nos dejará en el suelo, impotentes, hasta el punto de rendirnos? ¡Sí, absolutamente! Jesús nos advierte de antemano, “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Así que él nos pide que tomemos nuestra cruz, que breguemos con ella, hasta que aprendamos esa lección. Recién cuando nuestra cruz nos derriba al suelo, es que aprendemos la lección de que no es por nuestra fuerza ni por nuestro poder o fortaleza, sino por su poder. Eso es lo que la Biblia quiere decirnos cuando dice que su poder se perfecciona en nuestras debilidades.

MARZO 16 -- Paz de Cristo -- Ch Shaw

Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo
Juan 16:33

Los "profetas" de la actualidad ofrecen una vida de puras bendiciones, donde todo es victoria y alegría. Inclusive, uno de los grupos famosos que han surgido en los últimos años tiene como lema: "pare de sufrir!" Cristo no anduvo con vueltas, ni trató de esconder la realidad de sus discípulos. Su declaración es sencilla y directa: En el mundo tendréis aflicción!

No hacía falta que diera mayores explicaciones acerca del tema, pues los discípulos mismos eran testigos del sufrido paso de Jesús por la tierra. Se había visto obligado a luchar con el hambre, el cansancio y el frío. A diario debía manejar el acoso de las multitudes, con su interminable procesión de curiosos, interesados y necesitados. Además de esto, debió luchar con los cuestionamientos, las sospechas y las agresiones por parte de los grupos religiosos. Y, ¿qué podremos decir de las angustias particulares que el grupo de hombres cercano a él le produjeron en más de una ocasión? Todo esto formaba parte de la experiencia de transitar por este mundo.

En esta ocasión Cristo acompaña esta revelación con algunos principios importantes. Gran parte del sufrimiento en tiempos de aflicción no procede de la experiencia en sí, sino de la manera que reaccionamos a ella. Nuestra reacción frecuentemente es negativa porque nos sorprende los que nos ha tocado vivir. La inocencia de nuestro pensar queda admirablemente expuesta cuando exclamamos: "¿por qué a mí?" Jesús les dijo que lo que les había compartido era para que tuvieran paz en él. Es decir, ninguno de ellos podía aducir que nadie les había advertido de lo que les esperaba como consecuencia de ser discípulo del Mesías. Se reducía, de esta manera, un importante obstáculo en el manejo de conflictos.

Acompañó esta observación con una declaración que, como hijos de Dios, tenían acceso a la paz. Esta es, de hecho, la característica más sobresaliente de aquellos que viven conforme al Espíritu, y no a la carne. No es que están libres de las dificultades, los contratiempos, y los sufrimientos, sino que en medio de las más feroces tormentas experimentan una quietud y un sosiego interior que no tiene explicación. Son inamovibles en sus posturas, porque lo que ocurre fuera de ellos no logra derribar la realidad interna.

Cristo les hizo notar, sin embargo, que esta paz la tenían en él. No era producto ni de la disciplina, ni del cumplimiento de una serie de requisitos religiosos, ni de una decisión que habían tomado en el pasado de seguir a Jesús. La paz estaba en la persona de Cristo, y solamente tendrían acceso a ella quienes estaban cerca de él. La Paz es, en últimas instancias, el resultado directo de su victoria, no la nuestra.

Para pensar:
Dios en su sabiduría no nos da la paz, sino acceso a la persona que tiene la paz. Esto nos obliga a buscarlo siempre a él, fuente eterna de vida y plenitud.

MARZO 15 -- Ojos Fijos -- Ch Shaw

Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios
Hebreos 12 : 2

El autor de Hebreos nos anima a pensar en la analogía de una maratón (una carrera de unos 42 kms. de distancia) para entender las dinámicas de la vida cristiana. En nuestro versículo de hoy, queremos pensar en lo que inspira al corredor. La competencia de la maratón estaba basada en la odisea del joven soldado griego que corrió una gran distancia, después de la batalla de Maratón, para informar acerca de los resultados de aquel acontecimiento. Tenía gran prestigio ser el ganador de semejante competencia, no solamente porque el atleta demostraba sus extraordinarias aptitudes físicas, sino también porque el campeón era identificado con aquel primer héroe de esta singular historia de Grecia.

En las carreras modernas, la largada muchas veces está en el mismo lugar de la llegada. Antes de correr, cada corredor echa un vistazo al podio y, por unos segundos, sueña con las sensaciones de estar subido allí, en lo más alto del escenario, aplaudido y elogiado por el público que lo reconoce como el mejor entre sus pares. Tal sueño, aun cuando no es más que un pensamiento fugaz en los minutos previos a la carrera, actúa como poderoso estimulante para cada uno de los deportistas. Aun los menos preparados acarician el sueño placentero de cruzar la meta, para sentir que todo el esfuerzo valió la pena.

Durante la carrera, habrá muchos momentos difíciles en los cuales el deportista luchará con el deseo de abandonar la persecución de la meta. En estas instancias, los mejores atletas convocan otra vez la imagen del glorioso momento de llegada y buscan recuperar fuerzas con un anticipo de la gloria que vendrá.

El autor de Hebreos usa como excelente ilustración de esto a Jesús. Su momento de máxima crisis fue en Getsemaní. Allí le confesó a sus discípulos el fuerte deseo de «abandonar la carrera». «Mi alma está angustiada» —les dijo—, «hasta el punto de la muerte.» ( Mateo 26.38) Se apartó y se concentró en la intensa batalla que se había apoderado de su corazón, una batalla entre el deseo de hacer la voluntad del Padre y el deseo de hacer la voluntad propia. Finalmente consiguió hacer lo que hacía falta para seguir en la carrera: quitó los ojos de la cruz y la inminente agonía de la muerte para fijar su vista en algo que lo inspiraba plenamente. Esto era el gozo del momento de reconciliación con su Padre celestial.

Como líder, usted necesita tener los ojos puestos en algo más inspirador que las circunstancias en las cuales se encuentra. Podría ser el cumplimiento de una Palabra que el Señor le dio. Podría ser la realización de una visión que recibió. O bien podría ser la finalización de un proyecto que traerá gloria a Su nombre. Sea cual sea el tema, esto lo inspirará e animará a seguir adelante cuando ya las fuerzas parecen desvanecerse.

Para pensar:
¿En qué cosas tiene los ojos puestos la mayor parte del tiempo? ¿Qué cosas tienden a desanimarlo? ¿Qué cosas lo inspiran? ¿Qué pasos debe tomar para fijar con mayor frecuencia sus ojos en aquello que lo inspira?

MARZO 14 -- Bienaventurados 7 -- Pacificadores-- CH Spurgeon

"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios." Mateo 5: 9.

El versículo que le precede habla de la bienaventuranza de "los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Es bueno que entendamos esto. Hemos de ser "primeramente puros, después pacíficos." Nuestro carácter pacífico no ha de hacer nunca un pacto con el pecado, ni una alianza con lo malvado. Debemos poner nuestros rostros como pedernales contra todo lo que sea contrario a Dios y a Su santidad. Una vez que hayamos establecido eso en nuestras almas, podremos avanzar hacia el carácter pacífico para con los hombres.

Y el versículo que sigue a continuación de mi texto también parece colocado allí a propósito. Independientemente de cuán pacíficos seamos en este mundo, seremos tergiversados y malentendidos; y eso no debe sorprendernos, pues incluso el Príncipe de paz, por Su propio carácter pacífico, trajo fuego a la tierra.

Él mismo, aunque amó a la humanidad, y no hizo mal, fue "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto." Por tanto, para que el de pacífico corazón no se sorprenda cuando se encuentre con el enemigo, se agrega en el siguiente versículo: "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos." De esta manera los pacíficos no solamente son declarados bienaventurados, sino que son circundados de bendiciones.

El pacificador, aunque es distinguido por su carácter, tiene la misma posición externa y la misma condición de otros hombres. En todas las relaciones de la vida se encuentra exactamente igual que los demás hombres. Así, el pacificador es un ciudadano, y aunque es cristiano, recuerda que el cristianismo no requiere que renuncie a su ciudadanía, sino que la use para dignificarla para la gloria de Cristo. Por esto el pacificador, como ciudadano, ama la paz.Por tanto, aunque él, a semejanza de otros hombres, siente hervir su sangre,reprime su reacción y se dice: "no debo contender, pues el siervo de Dios debe ser amable para con todos, apto para enseñar, sufrido."

Así que dice: "lo que no quisiera hacer yo mismo, no quisiera que otros lo hicieran por mí, y si no quiero ser un asesino, tampoco quisiera que otros murieran por mí." En visión camina por un campo de batalla; oye los gritos de los moribundos y los gemidos de los heridos; sabe que los propios conquistadores han dicho que todo el entusiasmo de la victoria no ha sido capaz de erradicar el horror de la terrible escena posterior al combate; así que dice: "¡No; paz, paz!"

Pero el pacificador no es solamente un ciudadano, sino que también es un hombre, y si algunas veces no se mete en la política en general, como hombre, piensa que su política personal ha de ser siempre la de la paz. Por ello, si viera su honor manchado, no lo defendería: considera que enojarse con su semejante sería una mayor mancha para su honor, que soportar un insulto. Escucha que otros dicen: "si pisoteas a un gusano respingará"; pero él dice: "yo no soy un gusano, sino un cristiano, y por eso no respingo, excepto para bendecir la mano que me golpea, y para orar por aquellos que malignamente abusan de mí."

Tiene su temperamento, pues el pacificador puede enojarse, y ay del hombre que no se enoje; sería como Jacob que cojeaba de su cadera, pues la ira es uno de los pies santos del alma, cuando se dirige en la dirección correcta; pero aunque se enoje, ha aprendido el mandamiento: "airaos, pero no pequéis," y "no se ponga el sol sobre vuestro enojo."

Cuando está en casa, el pacificador busca estar en armonía con sus sirvientes y con los de casa; prefiere tolerar muchas cosas antes que decir una palabra inoportuna, y si tiene que reprender, siempre lo hace con amabilidad, diciendo: "¿por qué haces esto?; ¿por qué haces esto?", no con la severidad de un juez, sino con la ternura de un padre.

El pacificador va también más allá, y cuando tiene compañía algunas veces se enfrenta con menosprecios, e incluso con insultos, pero aprende a soportar todo esto, pues considera que Cristo sufrió tal contradicción de pecadores contra Sí mismo.

El santo Cotton Mather, un grandioso teólogo puritano de los Estados Unidos, había recibido un sinnúmero de cartas anónimas que lo ultrajaban grandemente; habiéndolas leído y guardado, puso una cinta de papel alrededor de ellas y escribió sobre esa cinta cuando colocó las cartas sobre un estante, "Libelos. Padre, ¡perdónalos!"

Ha aprendido el viejo adagio que reza: "una onza de prevención es mejor que un kilo de remedio," y lo tiene en cuenta para ponerse de acuerdo con su adversario pronto, entre tanto que está con él en el camino, y no se involucra en la contienda sino que la evita, y si no pudiera evitarla, busca acabarla tan pronto como sea posible, como delante de Dios.

Si se tratara de un ministro, y hubiere una diferencia en medio de su pueblo, no se mete en detalles, pues sabe muy bien que hay mucha chismografía vana; más bien dice: "Paz" a las olas, y "Silencio" a los vientos, y así convida a los hombres a la vida. Tienen tan poco tiempo para convivir juntos, piensa, que sería conveniente que vivieran en armonía. Así que afirma: "¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!"

Pero además, el pacificador considera que su título más elevado es el de ser un cristiano. Siendo cristiano, se une a alguna Iglesia cristiana; y allí, como pacificador, es como un ángel de Dios. Incluso hay iglesias que están doblegadas por las debilidades, y esas debilidades son la causa de que los cristianos y las cristianas difieran algunas veces. Así que el pacificador dice: "esto es indigno, hermano mío; vivamos en paz"; y recuerda lo que Pablo dijo: "Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor"; y piensa que si Pablo les rogó a estas dos mujeres que fueran de un mismo sentir, la unidad debe ser algo bendito, y trabaja para lograrla.

El pacificador dice: "Seguid la paz con todos." Especialmente ora para que el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de paz, descanse sobre la Iglesia en todo momento, haciendo uno de todos los creyentes, para que siendo uno en Cristo, el mundo sepa que el Padre ha enviado a Su Hijo al mundo; pues Su misión fue anunciada con un cántico angélico: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!"

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios." Un triple reconocimiento está implicado.

Primero, es bienaventurado; esto es, Dios lo bendice, y yo sé que aquel a quien Dios bendice, es bendito; y aquel a quien Dios maldice, es maldito. Dios le bendice desde el más alto cielo. Dios le bendice a semejanza de Dios. Dios le bendice con las abundantes bendiciones que están atesoradas en Cristo.

Y mientas él es bendito de Dios, esa bendición es esparcida a través de su propia alma. Su conciencia da testimonio que como a los ojos de Dios, por medio del Espíritu Santo, ha buscado honrar a Cristo entre los hombres.

Más especialmente es bendito mayormente cuando es más asediado por las maldiciones, pues entonces reconoce la enseñanza: "así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros." Y, aunque ha recibido el mandamiento de regocijarse en todo momento, tiene el mandamiento especial de estar sumamente alegre cuando es maltratado. Por tanto, si por hacer el bien es llamado a sufrir, lo acepta tranquilo y se goza de llevar de esta manera una parte de la cruz del Salvador.

En segundo lugar, podrán observar que el texto no dice únicamente que es bienaventurado; sino que agrega que es uno de los hijos de Dios. Esto es por adopción y gracia; pero la pacificación es una dulce evidencia de la obra interna del Espíritu pacificador. Además, como un hijo de Dios, tiene una semejanza a su Padre que está en el cielo. Dios es pacífico, longánimo, y tierno, lleno de misericordia, piedad, y compasión. Así es este pacificador. Siendo a semejanza de Dios, lleva la imagen de su Padre. De esta manera da testimonio a los hombres de que es uno de los hijos de Dios.

Como uno de los hijos de Dios, el pacificador tiene acceso a su Padre. Se acerca a Él con confianza, diciendo: "Padre nuestro que estás en los cielos," cosa que no se atrevería a decir, si no pudiera argumentar con una clara conciencia, "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores." Siente un lazo de hermandad con el hombre, y por eso siente que puede regocijarse en la Paternidad de Dios. Se acerca con confianza y con intenso deleite a su Padre que está en el cielo, pues es uno de los hijos del Altísimo, que hace el bien tanto al malagradecido como al que es malo.

Ustedes tienen que hacer mucho trabajo, no lo dudo, en sus propios hogares y en sus propios círculos de conocidos. Vayan y háganlo. Recordarán bien aquel texto de Job: "¿Se comerá lo desabrido sin sal? ¿Habrá gusto en la clara del huevo?", y por medio de esta frase Job quería que supiéramos que las cosas desabridas tienen que ser acompañadas de algo más, pues de lo contrario no serían agradables al paladar.

Ahora, nuestra religión es algo desabrido para los hombres: le tenemos que poner sal; y esta sal tiene que ser nuestra quietud y nuestra disposición de ser pacificadores. Entonces aquellos que hubieran evadido nuestra religión cuando estaba sola, dirán, al comprobar que va acompañada de sal: "esto es bueno", y podrán encontrar un sabor grato en esta "clara del huevo."

Si quisieran que su piedad fuese reconocida por los hijos de los hombres, hagan una obra clara y limpia en sus propias casas, expurgando la vieja levadura, para que puedan ofrecer un sacrificio a Dios que sea piadoso y celestial. Si tienen algunas trifulcas entre ustedes, o divisiones, les ruego que, así como Dios los perdonó por causa de Cristo, ustedes se perdonen también.

Por el sudor sangriento de Aquel que oró por ustedes, y por las agonías de Aquel que murió por ustedes, y que al morir dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen," perdonen a sus enemigos, y sigan el mandato "Orad por los que os ultrajan y os persiguen, y bendecid a los que os maldicen." Que siempre se diga de ti, como cristiano, "ese hombre es manso y humilde de corazón, y prefiere soportar una injuria que provocar alguna injuria a otro."

Pero el principal trabajo que quiero ponerlos a hacer, es este: Jesucristo fue el más grande de todos los pacificadores. "Él es nuestra Paz." Él vino a establecer la paz con el judío y con el gentil, "pues de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación." Él vino a establecer la paz entre todas las nacionalidades en pugna, pues ya no somos "griegos, bárbaros ni escitas, siervos ni libres, sino que Cristo es el todo, y en todos." Él vino a establecer la paz entre la justicia de Su Padre y nuestras almas ofensoras, y ha obtenido la paz para nosotros por medio de la sangre de Su cruz.

Ahora, ustedes que son los hijos de paz, esfuércense como instrumentos en Sus manos para lograr la paz entre Dios y los hombres. Eleven sus oraciones al cielo por las almas de sus hijos. No permitan que cesen jamás las súplicas por las almas de todos sus conocidos y parientes. Oren por la salvación de todos sus semejantes que perecen. Así serán pacificadores.

Y cuando hubieren orado, usen todos los medios a su alcance. Prediquen, si Dios les ha dado esa habilidad; prediquen la palabra de vida que reconcilia, con el Espíritu Santo enviado del cielo. Enseñen, si no pueden predicar. Enseñen la Palabra. "Insten a tiempo y fuera de tiempo." "Siembren junto a todas las aguas"; pues el Evangelio "habla mejor que la sangre de Abel," y clama la paz para los hijos de los hombres.

Escríbanles a sus amigos acerca de Cristo; y si no pueden hablar mucho, hablen un poco de Él. Pero, ¡oh!, establezcan como el objetivo de su vida ganar a otros para Cristo. No se queden satisfechos nunca con ir solos al cielo. Pídanle al Señor que puedan ser los padres espirituales de muchos hijos, y que Dios los bendiga permitiéndoles participar grandemente en la recolección de la cosecha del Redentor.

MARZO 13 --Bienaventurados 6 -- Limpio Corazon -- CH Spurgeon

"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Mateo 5: 8.

Una peculiaridad del grandioso Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Jesucristo nuestro Señor y Salvador, era que Su enseñanza tenía por blanco los corazones de los hombres. Otros maestros se han contentado con una reforma moral externa, pero Él buscó la fuente de toda maldad para limpiar el manantial de donde proceden todos los pensamientos, y las palabras y las acciones pecaminosas. Él insistió una y otra vez que, mientras el corazón no fuera limpio, la vida tampoco podría serlo nunca.

Oh amados, independientemente de que la así llamada "religión" reconozca como su seguidor al hombre cuyo corazón sea impuro, la religión de Jesucristo no lo hará. Su mensaje a todos los hombres sigue siendo: "Os es necesario nacer de nuevo"; es decir, la naturaleza interna debe ser regenerada divinamente, pues, de lo contrario, no pueden entrar y ni siquiera ver, ese reino de Dios que Cristo vino a establecer en este mundo.

Si tus acciones parecieran ser limpias, pero su motivo fuese impuro, serían nulas por completo. Si tu lenguaje fuera virtuoso pero si tu corazón se gozara en imaginaciones malvadas, estás ante Dios no según tus palabras, sino de conformidad a tus deseos. De acuerdo a la tendencia de la corriente de tus afectos, de tus gustos reales e íntimos y de tus aversiones, serás juzgado por Él. Lo único que el hombre pide de nuestras manos es la pureza externa, "Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"; y las promesas y las bendiciones del pacto de gracia pertenecen a quienes son limpios de corazón, y a nadie más.

Puede decirse lo mismo de la igualmente importante verdad de la regeneración. Los de corazón impuro no ven ninguna necesidad de nacer de nuevo. Dicen: "admitimos que no somos todo lo que deberíamos ser, pero podríamos ser rectificados con facilidad. En cuanto al tema de una nueva creación, no vemos su necesidad. Hemos cometido algunos cuantos errores, que serán corregidos mediante la experiencia; y ha habido algunos yerros en la vida que confiamos que puedan ser condonados mediante la vigilancia y el cuidado futuros."

Pero si el corazón no regenerado fuese limpio, vería que su naturaleza fue mala desde el principio; y se daría cuenta de que los pensamientos del mal surgen tan naturalmente en nosotros como las chispas brotan del fuego, y sentiría que sería algo terrible que una naturaleza así permaneciera sin ser cambiada. Vería dentro de su corazón celos, asesinatos, rebeliones, y males de todo tipo, y su corazón clamaría para ser liberado de sí mismo; pero precisamente debido a que su corazón es impuro, no ve su propia impureza, y no confiesa, ni lo haría en el futuro, su necesidad de ser hecho una nueva criatura en Cristo Jesús.

Pero en cuanto a ustedes que son de limpio corazón, ¿qué piensan ahora de su vieja naturaleza? ¿Acaso no es una carga pesada que continuamente soportan sobre ustedes? ¿Acaso no es la peste de su propio corazón la peor plaga que existe bajo el cielo? ¿Acaso no sienten que la propia tendencia a pecar es un constante dolor para ustedes, y que, si pudieran librarse completamente de ella, su cielo ya habría comenzado aquí abajo? Así que son los de limpio corazón los que ven la doctrina de la regeneración, y quienes no la ven, no la ven porque son de impuro corazón.

Una observación semejante es válida en lo concerniente al glorioso carácter de nuestro bendito Dios y Señor Jesucristo. ¿Quién lo ha criticado sino los hombres que tienen ojos de murciélago? Ha habido hombres inconversos que han tropezado por la belleza y la pureza de la vida de Cristo, pero los de limpio corazón están enamorados de ella. Sienten que es más que una vida humana, que es divina, y que Dios mismo es revelado en la persona de Jesucristo Su Hijo.

Si alguien no ve que el Señor Jesucristo es superlativamente codiciable, es porque él mismo no es de limpio corazón; pues, si lo fuera, reconocería en Él el espejo de toda perfección, y se regocijaría al darle reverencia. Pero, ¡ay!, todavía es cierto que, lo mismo que sucede con los asuntos morales, así también ocurre con lo espiritual, y debido a eso las grandes verdades del Evangelio no pueden ser percibidas por quienes son de corazón impuro.

Hay una forma de impureza que, más allá de las demás, pareciera cegar el ojo a la verdad espiritual, y es la duplicidad de corazón. Un hombre que es cándido, honesto, sincero, y semejante a un niño, es el hombre que entra en el reino del cielo cuando su puerta se abre para él. Las cosas del reino están escondidas para el que es insidioso y solapado, pero son claramente reveladas a los bebés en la gracia, a los de sencillo corazón, a la gente transparente que lleva su corazón al descubierto.

Un notable escritor ha observado que nuestro Señor probablemente aludía a este hecho en este versículo de nuestro texto. En los países orientales, el rey es visto raramente. Vive en un aislamiento, y es un asunto sumamente difícil lograr una entrevista con él; y se requiere de todo tipo de tramas, y de planes y de intrigas, y tal vez del uso de influencias tras bastidores, y de esa manera, un hombre puede lograr al fin ver al rey.

Pero Jesucristo dice, en efecto, "esa no es la manera de ver a Dios". No, nunca nadie se acerca a Él mediante astucia, o por medio de tramas y planes y artificios; pero el hombre sincero, que se acerca humildemente a Él, tal como es, y dice: "mi Dios, yo deseo verte; yo soy culpable, y confieso mi pecado, y te pido, por Tu amado Hijo, que perdones mi pecado," ese es el que verá a Dios.

El hombre cuyo corazón es limpio, es capaz de ver a Dios en la naturaleza. Cuando su corazón es limpio, oirá los pasos de Dios en todas partes en el huerto de la tierra, al aire del día. Oirá la voz de Dios en la tempestad, resonando de trueno en trueno desde los picos de las montañas.

Contemplará al Señor caminando sobre las grandes y potentes aguas, o lo verá en cada hoja que tiembla por la brisa. Una vez que el corazón es limpiado, puede ver a Dios en todas partes. Un corazón impuro no ve a Dios en ningún lado; pero un corazón limpio ve a Dios en todas partes, en las más profundas cuevas del mar, y en el desierto solitario, y en cada estrella que adorna la frente de la medianoche.

Además, los de limpio corazón ven a Dios en las Escrituras.Las mentes impuras no pueden ver ningún vestigio de Dios en ellas; más bien, ven razones para dudar si Pablo escribió la Epístola a los Hebreos, o tienen dudas de que el Evangelio según Juan pertenezca al canon, y eso es casi todo lo que pueden ver jamás en la Biblia; pero los de limpio corazón ven a Dios en cada página de este Libro bendito.

Cuando lo leen devotamente y en espíritu de oración, bendicen al Señor porque se ha agradado en revelarse a ellos gratuitamente por Su Espíritu, y porque les ha dado la oportunidad y el deseo de gozar de la revelación de Su santa voluntad.

Junto a eso, los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia. Los de corazón impuro no pueden verle allí del todo. Para ellos, la Iglesia de Dios no es sino un conglomerado de grupos divididos; y mirándolos, no ven otra cosa que faltas, y fracasos e imperfecciones. Debemos recordar siempre que cada persona ve de conformidad a su propia naturaleza. Cuando el buitre se remonta al cielo, ve la carroña donde esté; y cuando la paloma de alas plateadas vuela al azur, ve el trigo escogido allí donde esté. El león ve su presa en el bosque y el cordero ve su alimento en las fértiles praderas. Los de sucio corazón ven poco o nada de bien en el pueblo de Dios, pero los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia, y se gozan cuando se reúne allí con ellos.

Pero ver a Dios significa mucho más que percibir Sus huellas en la naturaleza, en las Escrituras, y en Su Iglesia; significa que los de limpio corazón comienzan a discernir algo del verdadero carácter de Dios. Cualquiera que se viera atrapado en una tormenta eléctrica, y que oyera el estruendo de los truenos, y viera todos los estragos provocados por los relámpagos y rayos, percibiría que Dios es poderoso. Si no es tan insensato como para ser un ateo, diría: "¡Cuán terrible es este Dios del relámpago y del trueno!"

Pero percibir que Dios es eternamente justo y sin embargo infinitamente tierno, y que Él es severamente estricto y sin embargo inmensurablemente abundante en gracia, y ver los diversos atributos de la Deidad, todos combinándose entre sí como los colores del arcoíris, conformando un todo armonioso y bello, esto está reservado para el hombre cuyos ojos han sido lavados primero en la sangre de Jesús, y que luego ha sido ungido con el colirio celestial por el Espíritu Santo.

Hay una gran cantidad de personas que podrían decir: "estamos conscientes de cosas espirituales. Hemos sido movidos, por la presencia de Dios entre nosotros, y nos hemos postrado, y hemos seguido adelante, y hemos sido abatidos, y luego hemos sido elevados al gozo, y a la felicidad, y a la paz; y nuestras experiencias son fenómenos verdaderos, al menos lo son para nosotros, como cualesquiera otros fenómenos bajo el cielo; y no nos van a despojar de nuestras creencias, porque están apoyadas por innumerables experiencias indudables."

"El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente." "Pero no existe un lugar secreto así," dirá alguno, ni "tampoco tal sombra." ¿Cómo sabes eso? Si otra persona viniera, y dijera: "¡ah!, pero yo habito en ese lugar secreto, y moro bajo esa sombra," ¿qué le responderías? Podrías llamarlo un insensato si quisieras, pero eso no prueba que sea un insensato; aunque tal vez él podría demostrar que tú eres un insensato, pues él es un hombre tan honesto como lo eres tú, y tan digno de que se le crea como a ti.

Los de limpio corazón pueden ver a Dios, y en efecto lo ven; no con los ojos naturales, -y lejos de nosotros sea una idea carnal como esa-, sino que, con sus ojos espirituales internos ven al grandioso Dios que es Espíritu, y tienen una comunión espiritual pero muy real con el Altísimo.

La expresión, "Ellos verán a Dios", podría significar algo más. Como ya he dicho, los que veían a los monarcas orientales eran considerados generalmente como personas altamente privilegiadas. Había ciertos ministros de estado que tenían el derecho de entrar y ver al rey siempre que decidieran hacerlo, y los de limpio corazón gozan precisamente de un derecho semejante, recibido para entrar y ver a su Rey en todo momento. En Cristo Jesús tienen el valor y la autorización para acercarse al trono de la gracia celestial con confianza.

Siendo limpiados por la sangre preciosa de Jesús, se han convertido en los ministros, esto es, en los siervos de Dios, y Él los emplea como Sus embajadores, y los envía con Sus elevados y honorables encargos, y ellos pueden verlo siempre que Sus asuntos les conduzcan a la necesidad de una audiencia con Él.

Y, por último, llegará el tiempo cuando aquellos que han visto así a Dios en la tierra, le verán cara a cara en el cielo. ¡Oh, el esplendor de esa visión! Es inútil que intente hablar de ella. Posiblemente dentro de una semana, algunos de nosotros sabremos más acerca de ella que todo lo que los teólogos de la tierra pudieran decirnos. No es sino un fino velo el que nos separa del mundo de gloria; puede ser rasgado en dos en cualquier momento, y entonces, de inmediato:

"Lejos de un mundo de dolor y pecado,
Con Dios eternamente unidos. . .


los de limpio corazón entenderán plenamente lo que significa ver a Dios. ¡Que esa sea su porción, y la mía también, por siempre y para siempre!

ESTA LIMPIEZA DEL CORAZÓN ES UNA OBRA DIVINA.

Y, créanme cuando les digo que nunca es una obra innecesaria. Nadie (excepto Cristo Jesús) nació jamás con un corazón limpio; todos han pecado, todos necesitan ser limpiados, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

El corazón sólo puede ser limpiado por el Espíritu Santo de Dios. Tiene que venir sobre nosotros, y cubrirnos con Su sombra, y cuando ha venido así a nosotros, entonces nuestro corazón es cambiado, pero nunca antes de eso. Cuando el Espíritu de Dios viene de esta manera a nosotros, limpia el alma, -para seguir la línea de la enseñanza de nuestro Salvador en el capítulo que estamos analizando- mostrándonos nuestra pobreza espiritual: "Bienaventurados los pobres en espíritu."

Esa es la primera obra de la gracia de Dios: hacernos sentir que somos pobres, que no somos nada, que no merecemos nada, que somos indignos de algún merecimiento, y que somos pecadores merecedores del infierno. Cuando el Espíritu de Dios prosigue con Su obra, lo siguiente que hace es conducirnos a llorar: "Bienaventurados los que lloran." Lloramos cuando pensamos que hemos pecado como lo hemos hecho, lloramos anhelando a nuestro Dios, lloramos anhelando el perdón; y, entonces, la aplicación del agua y de la sangre que fluyeron del costado hendido de Cristo sobre la cruz, es el gran proceso que limpia eficazmente el corazón.

El ángel le dijo a José, antes de que Cristo naciera: "Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." Todo el proceso de la salvación puede ser explicado brevemente así: el Espíritu de Dios nos encuentra con corazones inmundos, y viene y proyecta una luz divina al interior nuestro, para que veamos que los corazones son perversos. Luego nos muestra que, siendo pecadores, merecemos ser el blanco de la ira de Dios, y nos damos cuenta de que lo merecemos. Entonces nos dice: "Pero esa ira fue soportada por Jesucristo a nombre de ustedes." Él abre nuestros ojos, y vemos que "Cristo murió por nosotros", en nuestro sitio, y en lugar nuestro, y por nuestra causa. Lo miramos a Él, creemos que murió como nuestro Sustituto, y nos confiamos a Él. Entonces sabemos que nuestros pecados son perdonados por causa de Su nombre, y nos invade el gozo por el perdón del pecado con una emoción que no habíamos experimentado nunca; y en el siguiente instante, el pecador perdonado clama: "ahora que soy salvo, ahora que soy perdonado, Señor mío Jesucristo, seré Tu siervo para siempre. Voy a matar los pecados que te mataron a Ti; y si Tú me das la fortaleza de hacerlo, ¡te serviré mientras viva!"

La corriente del alma del hombre corría antes hacia el mal; pero al momento que descubre que Jesucristo murió por él, y que sus pecados le son perdonados por causa de Cristo, el torrente entero de su alma fluye en dirección contraria, hacia lo que es recto; y aunque todavía tiene una lucha contra su vieja naturaleza, a partir de ese día el hombre es de limpio corazón; es decir, su corazón ama la pureza, su corazón busca la santidad, su corazón ansía la madurez.

Ahora es un hombre que ve a Dios, ama a Dios, se deleita en Dios, anhela ser semejante a Dios, y ávidamente anticipa el tiempo cuando esté con Dios, y lo vea cara a cara. Ese es el proceso de purificación; ¡que todos ustedes lo experimenten a través de la obra eficaz del Espíritu Santo! Si están deseosos de experimentarlo, es proclamado gratuitamente para ustedes. Si anhelan verdaderamente el corazón nuevo y el espíritu recto, les serán dados gratuitamente. No es necesario que se preparen para recibirlos. Dios tiene la capacidad de obrarlos en ustedes en esta misma hora. El que despertará a los muertos con el sonido de la trompeta de la resurrección, puede cambiar su naturaleza con la simple volición de Su mente llena de gracia. Él puede, mientras estás sentado en este templo, crear en ti un nuevo corazón, renovar un espíritu recto dentro de ti, y enviarte de regreso como un hombre diferente de lo que eras cuando entraste, como si fueras un hijo recién nacido.

El poder del Espíritu Santo para renovar al corazón humano es ilimitado. "¡Oh", -dirá alguien- "yo quisiera que renovase mi corazón, que cambiara mi naturaleza!" Si ese es el deseo de tu corazón, eleva ahora esa oración al cielo. No dejes que ese deseo muera en tu alma, sino conviértelo en una oración, y luego exprésala a Dios, y escucha lo que Dios tiene que decirte. Es esto: "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana"; o esto: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", salvo de tu amor al pecado, salvo de tus viejos hábitos, y tan completamente salvo que te convertirás en uno de los hombres de limpio corazón que ven a Dios.

MARZO 12 -- Bienaventudaros 5 Misericordiosos -- CH Spurgeon

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."
Mateo 5: 7.

He comparado las Bienaventuranzas a una escalera de luz, y he comentado que cada una de las Bienaventuranzas brota y se suspende sobre la que le precede.

Pero ser misericordioso es más que eso, pues el hombre no sólo soporta ahora los agravios, sino que confiere beneficios. La Bienaventuranza anterior a esta se refiere al hambre y la sed de justicia; pero aquí el hombre ha sobrepasado la simple justicia, se ha elevado por sobre la búsqueda de lo que es justo y ha llegado a la búsqueda de lo que es bueno, y amable, y generoso y procura realizar cosas amables para con sus semejantes.

La escalera entera descansa sobre la gracia, y la gracia pone cada peldaño en su lugar, y es la gracia la que, en este lugar, ha enseñado al hombre a ser misericordioso, y le ha bendecido, y le ha dado la promesa de que alcanzará misericordia. Sería incorrecto tomar cualquiera de estas bienaventuranzas aisladamente, y decir que todo hombre misericordioso alcanzará misericordia, o citar erróneamente de la misma manera cualquier otra bienaventuranza, pues eso sería torcer las palabras del Salvador, y darles un significado que nunca pretendió que tuvieran.

Por esa razón yo afirmo que la gente de la que habla nuestro texto eran unas personas que ya habían alcanzado misericordia, que ya eran trofeos singulares de misericordia; y el hecho de que mostraran misericordia a otros era el inevitable resultado de lo que el siempre bendito Espíritu de Dios había hecho a favor de ellos y había obrado en ellos.

Ellos no eran misericordiosos porque tuvieran por naturaleza un corazón tierno, sino que eran misericordiosos porque Dios los había hecho pobres en espíritu. No eran misericordiosos porque hubieran tenido ancestros generosos, sino que eran misericordiosos porque ellos mismos habían llorado y habían recibido consolación. No eran misericordiosos porque buscaran la estima de sus semejantes, sino porque ellos mismos eran mansos y humildes y estaban heredando la tierra, y deseaban que otros pudiesen gozar, como ellos, de la bienaventuranza del cielo. No eran misericordiosos porque no pudieran evitarlo, sintiéndose obligados a serlo debido a algún apremio del que hubieran querido escapar gustosamente si hubiesen podido, sino que eran gozosamente misericordiosos, pues habían tenido hambre y sed de justicia, y fueron saciados.

Ser misericordioso incluye, primero que nada, benevolencia para con los hijos de la necesidad y las hijas de la penuria. Ningún hombre misericordioso podría olvidar a los pobres. Aquel que pasara por alto sus males sin sentir ninguna simpatía, y viera sus sufrimientos sin aliviarlos, podría parlotear lo que quisiera acerca de la gracia interior, pero no podría haber gracia en su corazón.

Cuando Dios ha dado a un hombre un nuevo corazón y un espíritu recto, posee una gran ternura para con todos los pobres, y siente especialmente un gran amor hacia los santos pobres; pues, si bien cada santo es una imagen de Cristo, el santo pobre es un cuadro de Cristo enmarcado por el mismo marco en el que debe ponerse siempre el cuadro de Cristo: el marco de la humilde pobreza.

Yo veo en un santo rico mucha semejanza con su Señor, pero no veo cómo podría decir con verdad: "no tengo dónde recostar mi cabeza". Tampoco deseo que lo diga; pero cuando veo la pobreza, lo mismo que todo lo demás que es a semejanza de Cristo, pienso que mi corazón está obligado a inclinarse hacia allá.

Así es como podemos lavar todavía los pies de Cristo: cuidando a los más pobres de Su pueblo. Así es como las mujeres honorables pueden ministrar todavía: aportando de sus riquezas. Así es como podemos hacer todavía un gran festín al cual podemos invitarle: si congregamos a los pobres, y a los lisiados, y a los cojos, y a los ciegos, que no pueden recompensarnos, y estamos contentos de hacerlo por causa de Jesucristo.

No faltarán menesterosos en medio de la tierra, y no faltarán menesterosos en medio de la verdadera Iglesia de Cristo. Son el legado de Cristo para nosotros. Es muy seguro que el buen samaritano recibió mayor beneficio del pobre hombre que encontró entre Jerusalén y Jericó, que el beneficio que otorgó a aquel pobre hombre. El samaritano aportó un poco de aceite y vino, y dos denarios, y los gastos del mesón, pero vio su nombre registrado en la Biblia, y desde allí ha sido transmitido a la posteridad: y sin embargo su inversión fue maravillosamente pequeña; y en todo lo que damos, la bendición llega a quienes dan, pues ustedes conocen las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: "Más bienaventurado es dar que recibir." Bienaventurados aquellos que son misericordiosos con los pobres.

Además, el hombre misericordioso tiene un ojo ávido, un ojo dispuesto al llanto porque se identifica con los afligidos que le rodean. El peor mal del mundo no es la pobreza; el peor de los males es un espíritu deprimido; al menos yo no conozco algo que sea peor que esto, y hay incluso algunos entre los excelentes de la tierra que raramente gozan de un día brillante en todo el año . Hay muchos cristianos que siempre se apartan del camino de personas como esas; o si se las encuentran, les dicen: "ya basta de andarle contando a todo el mundo sus miserias. ¿Quién quiere hablar con gente así? No deberían estar tan tristes; realmente deberían estar más alegres; están cediendo al nerviosismo," etcétera.

El hombre misericordioso es siempre misericordioso para con estas personas; tolera sus extravagancias; a menudo se da cuenta de que son muy insensatas, pero entiende que él sería insensato también si les dijera eso, pues los volvería más insensatas de lo que son. No busca su propio consuelo diciendo: "voy a derivar consuelo de esta persona," sino que desea proporcionar consuelo. Recuerda que está escrito: "Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles," y conoce ese mandamiento: "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén."

Entiende que, así como su Señor y Maestro buscaba lo que estaba herido, y vendaba lo que estaba quebrado, y sanaba lo que estaba enfermo, y traía de regreso lo que se había descarriado, de la misma manera todos Sus siervos deben imitar a su Señor, cuidando con mayor interés a los que se encuentran en el más triste apuro.

Oh hijos de Dios, si alguna vez son insensibles con las personas afligidas, no son lo que deberían ser; no son como su Señor; no son como serían si estuviesen en su recto estado; pues cuando están en la condición correcta, son tiernos, y piadosos y compasivos, y llenos de compasión, pues han aprendido del Señor Jesús que los misericordiosos son bienaventurados, y que alcanzarán misericordia.

Esta misericordia se extiende además al perdón pleno de todas las ofensas personales en nuestra contra. "Bienaventurados los misericordiosos", es decir, aquellas personas que no toman a pecho las injurias que reciben ni los insultos, ya sean intencionados o no.

Yo les recomiendo, queridos hermanos y hermanas, que tengan siempre un ojo ciego y un oído sordo. Yo he tratado siempre de tenerlos; y mi ojo ciego es el mejor ojo que tengo, y mi oído sordo es el mejor oído que tengo. Hay muchos comentarios que pueden oír incluso provenientes de sus mejores amigos que les podrían causar mucho dolor, y producirles mucho malestar; entonces no los oigan. Ellos probablemente se lamentarán por haber hablado tan poco amablemente, si ustedes no lo mencionan, y dejan que todo se desvanezca; pero si dijeran algo al respecto, y lo estuvieran recordando una y otra vez, y se irritaran y se preocuparan al respecto, y lo engrandecieran, y le comentaran a alguien más ese tema, e involucraran a media docena de personas en la disputa, esa es la forma en la que se han creado los desacuerdos familiares, ha sido la causa por la que las iglesias cristianas han tenido divisiones, el demonio es engrandecido, y Dios es deshonrado. Oh, no permitamos que suceda así entre nosotros, sino que debemos sentir, cuando recibamos alguna ofensa, "Bienaventurados los misericordiosos", y nosotros tenemos la intención de serlo.

El cristiano es misericordioso con todos, y anhela ansiosamente que sean llevados al conocimiento del Salvador, y realiza esfuerzos por alcanzarlos; procura ganar almas para Jesús, utilizando el máximo de su capacidad. También ora por ellos; si es realmente un hijo de Dios, se toma el tiempo para suplicar a Dios por los pecadores, y da todo lo que pueda para ayudar a otros para que pasen su tiempo explicando a los pecadores el camino de la salvación, y argumentando con ellos como embajadores de Cristo. El Señor Jesús verá el fruto de la aflicción de Su alma, pero será por medio de uno que es salvo y que le hable a otro, y ese otro a un tercero, y así sucesivamente hasta que el fuego sagrado se propague, hasta que la tierra se vea ceñida en llamas.

Ustedes que son misericordiosos estarán dispuestos a recibir a su hermano pródigo cuando regrese a la casa de su Padre. No sean como el hermano mayor, y cuando oigan la música y la danza no pregunten: "¿qué significan estas cosas?", sino consideren apropiado que todos estén contentos cuando el que se había perdido es hallado, y el que era muerto ha revivido.Resumiendo todo lo que he dicho en una frase, queridos amigos, seamos tiernos, amables y benévolos con todos.

Como una evidencia de gracia, la misericordia es una señal muy prominente y distinguida; y si necesitan una prueba de ello, permítanme recordarles que la propia descripción de nuestro Señor del día del juicio dice así: "Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí." Esta, por tanto, es la evidencia de que eran benditos del Padre.".

MARZO 11 -- Bienaventurados 4 Hambre y sed de justicia -- Spurgeon

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Mateo 5: 6.

"hambre y sed", no de pan y agua, sino, "de justicia"; en segundo lugar, tenemos una declaración extraordinaria acerca de estas personas hambrientas: Jesús dice que son "bienaventuradas" o felices; y más allá de toda duda, Su juicio es verdadero. En tercer lugar, en nuestro texto se menciona una especial satisfacción que responde a su necesidad, y en su visión anticipada los hace bienaventurados: nuestro Salvador dice: "ellos serán saciados."

Tan pronto el Espíritu de Dios le da vida, y lo hace realmente bienaventurado, comienza a apetecer la justicia delante de Dios. Sabe que es un pecador, y que, como tal, es inicuo, y por lo tanto está condenado en el tribunal del Altísimo. Pero él quiere ser justo, desea que su iniquidad sea quitada, y que sea borrada la contaminación del pasado. ¿Cómo puede hacerse esto? La pregunta que se hace repetidamente es "¿cómo puedo ser hecho justo delante de Dios?" Y no se queda satisfecho hasta que se le informa que Jesucristo ha sido hecho por Dios para nosotros "Sabiduría, justificación, santificación y redención."

Luego, cuando ve que Cristo murió en lugar del pecador, entiende cómo son quitados los pecados de los pecadores; y cuando comprende que Cristo ha obrado una perfecta justicia, no para Sí mismo, sino para los injustos, entiende cómo, por imputación, es hecho justo a los ojos de Dios por medio de la justicia de Jesucristo. Pero antes de saber eso, tiene hambre y sed de justicia, y es bienaventurado por tener hambre y sed de esa manera.

Después que ha descubierto que Cristo es su justicia en lo concerniente a la justificación, este hombre entonces anhela tener una naturaleza justa. "¡Ay!", -dice- "para mí no basta que sepa que mi pecado es perdonado. Yo tengo una fuente de pecado dentro de mi corazón, y de él fluyen ininterrumpidamente aguas amargas. ¡Oh, que mi naturaleza pudiera ser cambiada, de tal forma que yo, un amante del pecado, pudiera ser amante de lo que es bueno; que yo, lleno ahora de mal, pudiera ser lleno de santidad!" Comienza a clamar por esto, y es bienaventurado en el clamor; pero no descansa nunca hasta que el Espíritu de Dios lo hace una nueva criatura en Cristo Jesús.

Entonces es renovado en el espíritu de su mente, y Dios le da, al menos en alguna medida, aquello de lo que tiene hambre y sed, es decir, una justicia por naturaleza. Ahora odia las cosas que antes amaba, y ama ahora las cosas que entonces odiaba.

Después que es regenerado y justificado, todavía desea con ansia la justicia en otro sentido: quiere ser santificado. El nuevo nacimiento es el comienzo de la santificación, y la santificación es la prosecución de la obra comenzada en la regeneración; de tal forma que el hombre bienaventurado clama: "Señor, ayúdame a ser justo en mi carácter. Tú amas la verdad en lo íntimo; conserva pura mi naturaleza entera. No dejes que la tentación se adueñe de mí. Subyuga mi orgullo; corrige mi juicio; mantén a raya mi voluntad; hazme un santo en el templo más íntimo de mi ser, y luego haz que mi conducta hacia mis semejantes sea en todos los aspectos, todo lo que debe ser. Concédeme que hable de tal manera que crean siempre a mi palabra. Concédeme que actúe de tal manera que nadie pueda acusarme de injusticia. Que mi vida sea transparente; concédeme que, en la medida que eso sea posible, la vida de Cristo sea escrita otra vez." Así, como pueden ver, el hombre verdaderamente bienaventurado tiene hambre y sed de la justificación, de la regeneración, y de la santificación.

No existe otro deseo que sea semejante al deseo que siente un hombre nacido de nuevo por la justicia; y, de aquí que este deseo se vuelva a menudo muy doloroso. El hambre y la sed, soportados hasta ciertos grados, involucran los más agudos dolores; y un hombre que está buscando la justicia de Cristo está lleno de indecible angustia mientras no la encuentre; y el cristiano en guerra contra sus corrupciones es conducido a clamar: "¡Miserable de mí!", hasta que se da cuenta que Cristo ganó la victoria por él. Y el siervo de Cristo que desea recuperar a las naciones, y conducir a sus semejantes a seguir lo que es justo y bueno, es a menudo el sujeto de indecibles tormentos. Él lleva la carga del Señor, y hace su trabajo como un hombre que carga con un peso demasiado pesado. En verdad es doloroso para el alma cuando es llevada a tener hambre y sed de justicia.

Este santo anhelo de justicia, que el Espíritu Santo implanta en el alma del cristiano, se vuelve imperioso; no es solamente vigoroso, sino que domina todo su ser. Por esto hace a un lado todos los otros deseos y anhelos. Puede aceptar ser un perdedor, pero tiene que ser justo. Puede ser ridiculizado, pero debe aferrarse a su integridad. Puede soportar el escarnio, pero debe declarar la verdad. Debe recibir la "justicia"; su espíritu la demanda por medio de un apetito que gobierna todas sus otras pasiones e inclinaciones; y verdaderamente "bienaventurado" es el hombre a quien le ocurre esto.

Pues, observen que, tener hambre de justicia es un signo de vida espiritual. Nadie que haya estado muerto espiritualmente tuvo hambre jamás. En todas las catacumbas no se ha encontrado todavía a un muerto que tuviera hambre o sed, y no lo encontrarían nunca. Si tienes hambre y sed de justicia, estás vivo espiritualmente.

Y es también una evidencia de salud espiritual. Los médicos dicen que ellos consideran que un buen apetito es uno de los signos de que el cuerpo de un hombre está en una condición saludable, y lo mismo sucede con el alma. ¡Oh, tener un apetito voraz por Cristo! ¡Oh, ser codicioso de las mejores cosas! ¡Oh, ser ambicioso de la santidad! De hecho, debemos tener hambre y sed de todo lo que es justo, y bueno, y puro, y noble, y de buena reputación. ¡Que el Señor nos conceda más de esta intensa hambre y sed!

Habiendo descrito así el objetivo y el deseo del hombre verdaderamente bienaventurado, debo proceder ahora, en tercer lugar, a hablar de LA PROPIA BENDICIÓN, la bienaventuranza que Cristo pronuncia sobre aquellos que tienen hambre y sed de justicia: "Ellos serán saciados." Esta es una bendición única. Nadie más es "saciado" jamás.

Dios ha hecho de tal manera el corazón del hombre, que nada puede saciarlo excepto el propio Dios. Hay tal hambre y sed implantadas en el hombre nacido de nuevo, que él discierne su necesidad, y sabe que sólo Cristo puede remediar esa necesidad. Cuando un hombre es salvado, obtiene todo lo que necesita. Cuanto tiene a Cristo, está satisfecho.

Así la promesa de Cristo concerniente al hombre que tiene hambre y sed de justicia es: "él será saciado". ¿Necesita justicia? Tendrá justicia. ¿Necesita a Dios? Tendrá a Dios. ¿Necesita un nuevo corazón? Tendrá un nuevo corazón. ¿Quiere ser preservado del pecado? Será preservado del pecado. ¿Necesita ser hecho perfecto? Será hecho perfecto. ¿Necesita vivir donde no haya nadie que peque? Será llevado a habitar donde no habrá pecadores por toda la eternidad.

En adición a ser única y apropiada, esta bendición es grande y abundante. Cristo dijo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos" ¿comerán un bocado por el camino? ¡Oh, no! "Porque ellos" ¿recibirán a veces algo de consuelo? ¡Oh, no! "Porque ellos serán saciados: saciados"; tendrán todo lo que necesitan, lo necesario e incluso sobrantes. Quienes tienen hambre y sed de justicia serán llenados: serán llenados hasta el borde.

¡Cuán cierto es esto! Aquí hay un hombre que dice: "yo estoy condenado a los ojos de Dios; siento y sé que ninguna acción mía puede hacerme justo algún día delante de Él. He renunciado a toda esperanza de justificación propia." ¡Escucha, oh hombre! ¿Creerás en Jesucristo, el Hijo de Dios, y lo tomarás para que esté delante de Dios como tu Sustituto y Representativo? "Lo haré", -dice- "efectivamente confío en Él, y sólo en Él." ¡Bien, entonces, oh hombre, debes saber que has recibido de Cristo una justicia que te saciará cabalmente! Todo lo que Dios podía pedirte justamente era la perfecta justicia de un hombre; pues, siendo un hombre, esa es toda la justicia que se podría esperar que le presentaras a Dios; pero, en la justicia de Cristo, tienes la perfecta justicia de un hombre, y más que eso, pues tienes también la justicia de Dios.

En el momento de nuestra regeneración, una nueva naturaleza nos es impartida, de la cual el apóstol Pedro dice: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible"; y el mismo apóstol dice también que los creyentes son "participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia." ¿Acaso no es ese un comienzo bendito para quienes tienen hambre y sed de justicia?

Pero escuchen con atención esto; Dios el Espíritu Santo, la tercera Persona de la bendita Trinidad, condesciende a venir y morar en todos los creyentes. Pablo escribe a la iglesia de Dios en Corinto: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?" Dios mora en ti, mi hermano o hermana en Cristo. ¿No te asombra esta verdad? El pecado mora en ti, pero el Espíritu Santo ha venido también para morar en ti, y para expulsar fuera de ti al pecado.

El diablo te asedia, y procura capturar tu espíritu, y hacerlo semejante a los espíritus que están en su propia guarida infernal; pero, ¡he aquí!, el mismo Eterno ha descendido, y se ha guardado dentro de ti. El Espíritu Santo está morando dentro de tu corazón si eres un creyente en Jesús; Cristo mismo es "en vosotros, la esperanza de gloria."

Si realmente necesitas justicia, alma querida, en verdad la tienes aquí: la naturaleza cambiada y hecha semejante a la naturaleza de Dios; el principio predominante alterado, el pecado destronado, y el Padre, el Hijo, y le Espíritu Santo morando dentro de ti, como tu Dios y Señor. Vamos, me parece que, independientemente de cuánta hambre y sed de justicia tengas, puedes considerarte muy saciado, pues cuentas con estas bendiciones inconmensurables.

Y escucha muy bien esto, hermano mío y hermana mía en Cristo. Ustedes serán guardados y preservados hasta el fin. Quien ha comenzado a limpiarlos no abandonará nunca la obra hasta no dejarlos sin mancha ni arruga ni cosa semejante. No comienza nunca una obra que no pueda o no quiera completar. No ha fallado nunca en algo que haya emprendido, y no fallará nunca.

Pronuncio sobre todos ustedes que confían en Jesús, la cuarta bienaventuranza pregonada por Cristo sobre el Monte de las Bienaventuranzas, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Amén.

MARZO 10 -- Bienaventurados 3 los mansos -- Spurgeon

"Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad."
Mateo 5: 5.

Un hombre es pobre en espíritu: esto es, siente que le faltan miles de cosas que debería poseer. El hombre llora: esto es, se lamenta por su estado de pobreza espiritual. Pero ahora hay algo que realmente le es dado por la gracia de Dios; no es una cualidad negativa, sino es una prueba positiva de la obra del Espíritu Santo en su alma, de tal forma que se vuelve manso.

La mansedumbre tiene que ver con otras personas. Es cierto que tiene una relación con Dios, pero la mansedumbre de un hombre está referida especialmente hacia sus semejantes. Él no es simplemente manso por dentro; su mansedumbre se manifiesta en sus tratos con otros. No se podría hablar de un eremita que no hubiere visto jamás a un ser humano, como de alguien manso; la única manera en la que podrías comprobar si es manso sería ponerlo con aquellos que probaran su temperamento.

Son mansos delante de Dios, y el buen amigo Watson divide esta cualidad en dos encabezados, es decir, que son sumisos a Su voluntad, y flexibles a Su Palabra. ¡Que estas dos cualidades tan expresivas sean encontradas en cada uno de nosotros!

Con un espíritu feliz y contento como ese, los mansos no altercan con Dios. No hablan, como lo hace alguna gente insensata, de haber nacido bajo la influencia de un planeta poco propicio, y de estar colocados en circunstancias desfavorables para su desarrollo. Y aun cuando son golpeados por la vara de Dios, los mansos no se rebelan contra Él, ni lo llaman un Señor duro; se quedan más bien mudos y en silencio, y no abren su boca porque Dios lo haya hecho, o si llegan a hablar, es para pedir gracia para que la prueba que están soportando sea santificada para ellos, o para que puedan elevarse tan alto en la gracia como para gloriarse en las debilidades, para que el poder de Cristo descanse sobre ellos.

Ellos son también flexibles a la Palabra de Dios; si realmente son mansos, siempre están dispuestos a doblegarse. Ellos no se imaginan lo que debería ser la verdad, para luego acudir a la Biblia en busca de los textos que demuestren que lo que ellos piensan está allí; más bien recurren al Libro inspirado con una mente cándida, y oran con el Salmista, "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley." Y cuando, al escudriñar las Escrituras, encuentran profundos misterios que no pueden comprender, creen lo que no pueden entender; y donde, algunas veces, diferentes partes de la Escritura parecieran estar en conflicto unas con otras, ellos dejan la explicación al grandioso Intérprete que es el único que puede aclararles todo. Cuando se enfrentan con doctrinas que son contrarias a sus propias opiniones, y duras para ser recibidas por carne y sangre, se entregan al Espíritu Divino y oran, "enséñanos lo que no sabemos."
Cuando los mansos en espíritu encuentran algún precepto en la Palabra de Dios, de inmediato buscan obedecerlo. No le ponen objeciones, ni preguntan si podrían evitarlo, ni hacen esa pregunta tan frecuentemente repetida: "¿es eso esencial para la salvación?" No son tan egoístas como para no hacer nada excepto aquello de lo que depende su salvación; ellos aman tanto a su Dios que desean obedecer incluso el mandamiento más mínimo que les dé, sencillamente por amor a Él.

Pongan estas cinco cualidades juntas, y tendrán a un hombre verdaderamente manso: humilde, delicado, paciente, perdonador y contento; es exactamente lo opuesto del hombre que es orgulloso, duro, airado, vengativo y ambicioso. Únicamente la gracia de Dios, obrando en nosotros por el Espíritu Santo, puede hacernos así de mansos.

Es maravilloso comprobar lo que las naturalezas ásperas pueden experimentar frente a naturalezas delicadas. Después de todo, no es el fuerte el que vence sino el débil. Ustedes saben que ha habido una larga enemistad entre los lobos y las ovejas, y que las ovejas no se han puesto nunca a pelear, y sin embargo han ganado la victoria, y hay más ovejas que lobos en el mundo hoy en día. En nuestro propio país todos los lobos han muerto, pero las ovejas se han multiplicado en decenas de miles.

El yunque permanece firme mientras el martillo golpea sobre él, pero un yunque desgasta a muchos martillos. Y la amabilidad y la paciencia tendrán éxito a la larga. En este momento presente, ¿quién es el más poderoso, César con sus legiones o Cristo con Su cruz? Sabemos quién será el triunfador antes de mucho tiempo entre Mahoma con su filosa cimitarra o Cristo con Su doctrina de amor. Cuando todas las fuerzas terrenales sean vencidas, el reino de Cristo permanecerá. Nada es más poderoso que la mansedumbre, y el manso es el que hereda la tierra en ese sentido.

Pero esto tiene que ser la obra de la gracia. Debemos nacer de nuevo, pues de lo contrario nuestros espíritus altivos no serán mansos nunca. Y si hemos nacido de nuevo, que sea nuestro gozo, en tanto que vivamos, mostrar que somos seguidores del manso y humilde Jesús, con cuyas palabras llenas de gracia concluyo mi sermón: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." ¡Que así sea, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.

MARZO 9 -- Bienaventurados 2 los que lloran -- Spurgeon

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
Mateo 5: 4

"Estos parecen encontrarse en una peor condición que la de los pobres en espíritu, pues "lloran". Ellos se encuentran en una etapa superior, aunque parecieran estar en una etapa inferior. La manera de subir en el reino es hundir el yo. Estos hombres se duelen por el pecado, y son probados por los males de los tiempos; pero para ellos es provisto un futuro de descanso y regocijo. Los que se ríen se lamentarán, pero los que son afligidos cantarán. ¡Cuán gran bendición es la aflicción, pues provee el espacio para que el Señor administre el consuelo! Nuestras aflicciones son bendecidas, pues son nuestros puntos de contacto con el Consolador divino. La Bienaventuranza se lee como una paradoja, pero es verdadera, como lo podemos atestiguar muchos de nosotros. Nuestras horas de lamentación nos han proporcionado más consuelo que nuestros días de júbilo."
Jesús debe partir. Lloren ustedes que son Sus discípulos. Jesús ha de irse. Lamenten ustedes, pobres criaturas, que han de quedarse sin un Consolador. Pero escuchen cuán tiernamente habla Jesús: "No os dejaré huérfanos." "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre." Él no dejaría solas en el desierto a esas pobres ovejas escasas; Él no desampararía a Sus hijos dejándolos huérfanos. No obstante que tenía una poderosa misión que en verdad le ocupaba alma y vida; no obstante que tenía tanto que llevar a cabo, que habríamos podido pensar que incluso Su gigantesco intelecto estaría sobrecargado; no obstante que tenía tanto que sufrir, que podríamos suponer que Su alma entera estaba concentrada en el pensamiento de los sufrimientos que tenía que soportar, sin embargo, no fue así; antes de irse proporcionó reconfortantes palabras de consuelo; como el buen samaritano, derramó aceite y vino; y vemos qué es lo que prometió: "Les enviaré otro Consolador; uno que será justo lo que Yo he sido, e incluso será algo más: les consolará en sus angustias, disipará sus dudas, les reconfortará en sus aflicciones, y estará como mi vicario en la tierra, para hacer lo que Yo habría hecho, de haberme quedado con ustedes."
el Espíritu Santo, es un Consolador muy amoroso. Me encuentro turbado y necesito consolación. Algún transeúnte se entera de mi aflicción, y entra, se sienta y trata de animarme; me dice palabras reconfortantes; pero él no me ama, es un extraño que no me conoce del todo, y sólo ha entrado para probar su habilidad; ¿y cuál es el resultado? Sus palabras se resbalan sobre mí como el aceite en una losa de mármol; son como la lluvia que golpetea sobre la roca; no interrumpen mi dolor, que permanece inconmovible como el diamante, ya que él no siente amor por mí. Pero si alguien que me amara encarecidamente como a su propia vida viniera y argumentara conmigo, entonces sus palabras se convierten en música en verdad; saben a miel; él conoce la contraseña que abre las puertas de mi corazón, y mi oído está atento a cada palabra; capto la entonación de cada sílaba al sonar, pues es como la armonía de las arpas del cielo.
¡Oh!, hay una voz enamorada que habla un lenguaje que le es propio, un idioma y un acento que nadie podría imitar; la sabiduría no podría imitarlo; la oratoria no podría alcanzarlo. El amor es el único que puede alcanzar al corazón doliente; el amor es el único pañuelo que puede enjugar las lágrimas del hombre doliente. ¿Y no es el Espíritu Santo un amoroso Consolador? ¿Sabes, oh santo, cuánto te ama el Espíritu Santo? ¿Puedes medir el amor del Espíritu? ¿Conoces cuán grande es el afecto de Su alma por ti? Anda, mide al cielo con tu palmo; anda, pesa los montes con balanza; anda, toma el agua del océano, y cuenta cada gota; anda, cuenta la arena sobre la vasta playa del mar; y cuando hubieres cumplido esto, podrías decir cuánto te ama. Él te ha amado por largo tiempo; te ha amado considerablemente, te amó siempre; y todavía te amará. En verdad, Él es la persona que ha de consolarte, porque te ama. Entonces, dale entrada a tu corazón, oh cristiano, para que te consuele en tu calamidad.

MARZO 8 -- Bienaventurados 1 pobres en Espíritu -- Spurgeon

"Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos." Mateo 5:3.

Bienaventurada es esa pobreza de alma de la que el propio Señor expresa tales cosas buenas. Él le da mucha mayor importancia a lo que el mundo tiene en poca estima, pues Su criterio es lo opuesto al necio veredicto de los altivos.
Así como un hombre sabio no planea nunca edificar las paredes de su casa mientras no haya cavado los cimientos, así tampoco nadie que sea diestro en las cosas divinas esperaría ver algunas de las virtudes más elevadas, allí donde la pobreza en espíritu esté ausente. Mientras no seamos vaciados del yo, no podremos ser llenados con Dios; debemos ser desvestidos antes de que podamos ser vestidos con la justicia que es del cielo.
Cristo no será precioso nunca mientras no seamos pobres en espíritu. Debemos ver nuestras propias necesidades antes de que podamos percibir Su riqueza. El orgullo ciega los ojos, y la humildad sincera debe abrirlos, pues, de otra manera, las bienaventuranzas de Jesús estarían ocultas de nosotros para siempre.
Es digno de una doble mención que esta primera Bienaventuranza sea dada más bien a la ausencia que a la presencia de cualidades encomiables; es una bienaventuranza que no es para el hombre que es distinguido por esta virtud o notable por aquella excelencia, sino para aquel cuya característica principal sea que confiesa sus propias tristes deficiencias.
Esto es intencional, para que la gracia sea vista más manifiestamente, poniendo su mirada primero, no en la pureza, sino en la pobreza; no sobre los que muestran misericordia, sino sobre los que necesitan misericordia; no en aquellos que son llamados hijos de Dios, sino en aquellos que claman: "no somos dignos de ser llamados Tus hijos." Dios no necesita nada de nosotros excepto nuestras necesidades, y estas le dan espacio para mostrar Su munificencia al suplirlas libremente. Es por causa del peor lado del hombre caído y no de su mejor lado que el Señor recibe gloria para Sí. El primer punto de contacto entre mi alma y Dios no es lo que tengo, sino lo que no tengo.
Cuando los pobres en espíritu vienen a Él en su completa indigencia y desgracia, los acepta de inmediato; sí, Él inclina los cielos para bendecirles, y abre las bodegas del pacto para satisfacerlos.
Así como el médico anda buscando al enfermo, y el que da limosna cuida del pobre, así el Salvador busca a quienes lo necesiten, y en ellos ejerce Su oficio divino. Que cada pecador necesitado beba el consuelo extraído de este pozo.
El favor del Señor descansa únicamente en los corazones quebrantados y en los espíritus que se humillan delante de Él. Incluso las dotes mentales son dejadas en la fría sombra, y el espíritu es llevado a ubicarse en la vanguardia; el alma, -el hombre verdadero- es considerada bienaventurada, y todo el resto es estimado como de muy poco valor comparativo.
Si, en cualquier ordenanza, nuestro espíritu no entrara en contacto con el grandioso Padre de los espíritus, no debemos quedarnos satisfechos. Todo lo referente a nuestra religión que no sea obra del corazón, debe ser insatisfactorio para nosotros. Así como los hombres no pueden vivir del tamo ni de la cáscara del grano, sino que necesitan la harina del trigo, así nosotros también necesitamos algo más que la forma de la piedad y la letra de la verdad; requerimos del significado secreto, de la inserción de la Palabra en nuestro espíritu, de la entrega de la verdad de Dios a la intimidad de nuestra alma: todo lo que no cumpla con esto está desprovisto de la bendición.
Así como el hombre más débil y más pobre es más noble que la más poderosa de todas las bestias del campo, así el ínfimo hombre espiritual es más precioso a los ojos de Dios que el más eminente de los hijos de los hombres autosuficientes. Vale más el diamante más pequeño que el guijarro más grande, y el menor grado de gracia sobrepasa el logro más distinguido de la naturaleza.
¿Qué dices a esto, querido amigo? ¿Eres espiritual? Al menos, ¿calificas para ser pobre en espíritu? ¿Existe para ti un dominio espiritual, o estás encerrado en la estrecha región de las cosas que se ven y se oyen? Si el Espíritu Santo ha abierto una puerta para ti a lo espiritual e invisible, entonces eres bienaventurado, aunque tu única percepción sea todavía el doloroso descubrimiento que eres pobre en espíritu. Jesús te bendice desde la cima del monte, y eres bienaventurado.
Acercándonos aún más a nuestro texto, observamos, primero, que LA PERSONA DESCRITA HA DESCUBIERTO UN HECHO, ha confirmado su propia pobreza espiritual; y, en segundo lugar, ES CONSOLADO POR UN HECHO, pues posee "el reino de los cielos."
Los pobres en espiritu buscan y encuentran a Dios

MARZO 7 -- Paz en la Tormenta -- David Wilkerson

“En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud” (Mateo 14:22).

Jesús les ordenó a sus discípulos que entrasen a un bote que estaba de ida hacia una colisión. La Biblia dice que “Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca…” la cual estaba de ida hacia aguas turbulentas donde sería zarandeada como un corcho en el agua.

¿Dónde estaba Jesús? Él estaba en las montañas que miraban al mar. Él estaba allí orando para que ellos no fallasen en la prueba que deberían pasar. El viaje en la barca, la tormenta, las olas, los vientos, todo era parte de la prueba que el Padre había planeado. Ellos estaban a punto de aprender la lección más grande que podrían aprender – a reconocer a Jesús en medio de la tormenta.

Hasta ahora, los discípulos lo podían reconocer como el que hace milagros, el Hombre que convirtió los panes y los peces en comida milagrosa. Lo reconocían como el amigo de los pecadores, Aquél que trajo la salvación a toda la humanidad. Lo conocían como el que suplía todas sus necesidades, aún pagando los impuestos con dinero de la boca de un pez.

Ellos reconocían a Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Ellos sabían que él tenía las palabras de vida eterna. Ellos sabían que tenía poder sobre todas las obras del diablo. Lo conocían como maestro, el cual les enseñó a orar, a perdonar, a atar y desatar. Pero ellos nunca habían aprendido a reconocer a Jesús en la tormenta.

Ésta es la raíz de muchos de nuestros problemas hoy día. Confiamos en Jesús para los milagros y sanidades. Le creemos para nuestra salvación y perdón de nuestros pecados. Lo vemos como el que suple todas nuestras necesidades y confiamos en que él nos lleva a la gloria algún día. Pero cuando una tormenta súbita cae sobre nosotros y parece que todo está perdido, es difícil ver que Jesús esté cerca de nosotros. No podemos creer que él permite las tormentas para enseñarnos a confiar. Nunca estamos completamente seguros de que él está cerca cuando las cosas realmente se ponen difíciles.

¡Había una sola lección para que los discípulos aprendiesen en esta tormenta – sólo una! Una lección simple – no era una lección profunda, mística, ni ningún terremoto. Jesús simplemente quería que confiaran en él como su Señor en cada tormenta de sus vidas. Él simplemente quería que sus discípulos mantuvieran su ánimo y confianza aún en las horas más oscuras de la prueba. ¡Eso es todo!



MARZO 6 -- Grato Perfume -- Ch Shaw

14 Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se esparce por todas partes como un aroma agradable. 15 Porque nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se pierden. 16 Para los que se pierden, este incienso resulta un aroma mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da vida. ¿Y quién está capacitado para esto?

El apóstol Pablo, al igual que el Maestro de Galilea, frecuentemente utilizaba imágenes de la vida real para ilustrar las grandes verdades del evangelio. Si no estamos enterados de la analogía que está usando podremos perder gran parte de la riqueza del texto, como puede ser el caso del pasaje en que se basa nuestra reflexión de hoy.

La ilustración fue tomada de una práctica de las interminables campañas militares del invencible ejército Romano. Cualquiera de los habitantes de la capital del imperio habrían tenido oportunidad de presenciar uno de estos acontecimientos.Nosotros, su iglesia, somos los que despedimos el aroma de su triunfo. Otros, habrían escuchado los relatos de tan memorable espectáculo. Se trataba del desfile triunfal que realizaban los generales que concluían con éxito una campaña contra algunos de los pueblos enemigos del vasto territorio que controlaban.

Cuando lograban sofocar una rebelión, como en el caso del fatal intento de independencia de los judíos en el año 70 a.d., o ponían fin a alguna incursión para conquistar nuevos pueblos, el ejército victorioso, en su retorno a Roma, hacía una entrada triunfal a la gran ciudad. El desfile era presenciado por multitudes de la población, quienes veían con sus propios ojos los frutos de la campaña realizada. La gran procesión iba acompañada de toda la pompa típica de la vida en Roma. Encabezaban la marcha los sacerdotes que servían a los diferentes dioses del imperio, portando recipientes con incienso, los cuales desparramaban un fragante perfume a lo largo de toda la ruta del desfile. Atrás de ellos desfilaban las tropas del ejército victorioso, vitoreados por el pueblo. Los soldados eran seguidos por el ejército derrotado, el cual llegaba a Roma en cadenas para ser vendidos como esclavos o convertidos en gladiadores. La procesión terminaba con la carroza que llevaba al general que había dirigido a las tropas victoriosas.

Cada uno de los que participaba de la marcha podía sentir el perfume que iban dejando los sacerdotes, pero tenía distinto significado para quienes lo olían. Para las tropas del ejército Romano, el aroma endulzaba la victoria obtenida. Pero para el ejercito vencido, el mismo olor anunciaba la inminente muerte de muchos de ellos.

Del mismo modo despliega Cristo el perfume de su victoria en la sociedad en que vivimos. Nosotros, su iglesia, somos los que despedimos el aroma de su triunfo. Algunos, que perciben este dulce olor, encuentran al Cristo victorioso detrás de la vida de sus hijos. Para otros, sin embargo, la necedad de la cruz no significará otra cosa que el anuncio de su propia muerte espiritual. Sea cual sea la realidad, recae sobre nosotros ser testigos del triunfo de nuestro Señor. Despedimos perfume de cosas santas cuando escogemos vivir la clase de vida a la que hemos sido llamados. Es decir, logramos que otros vean al Mesías en nuestras palabras, nuestros gestos y actitudes, nuestro comportamiento y nuestras obras.

Para pensar:

La marcha triunfal de Cristo no es algo que está reservado para el futuro, sino una realidad visible en todos los lugares donde su iglesia avanza victoriosa sobre las tinieblas.

MARZO 5 --Será Feliz -- Ch Shaw

SERÁ FELIZ

22
Pero no basta con oir el mensaje;
hay que ponerlo en práctica, pues de lo
contrario se estarían engañando
ustedes mismos. 23 El que solamente
oye el mensaje, y no lo practica, es
como el hombre que se mira la cara en
un espejo: 24 se ve a sí mismo, pero en
cuanto da la vuelta se olvida de cómo es.
25 Pero el que no olvida lo que oye,
sino que se fija atentamente en la ley
perfecta de la libertad,
y permanece
firme cumpliendo lo que ella
manda, será feliz en lo que hace
Santiago 1 : 22--24


El apóstol Santiago, el maestro eminentemente práctico en los escritos del Nuevo Testamento, nos da las claves para no convertirnos en oidores olvidadizos. La frase describe con admirable sencillez la condición de no poder retener la información que guía la conducta o el proceder en la vida. Esto puede tratarse de algo tan sencillo como llegar a un cuarto y no poder recordar por qué razón vino a él, o algo mucho más complejo como lo puede ser la pérdida de memoria que es producto de enfermedades tan temibles como el Alzheimer.Dios promete respaldar la vida de aquellos que viven conforme a sus designios, aún cuando les toque transitar por situaciones de extrema dificultad. Para los efectos, los resultados son los mismos, pues uno queda desorientado y no sabe como proceder. Del mismo modo se podría describir a la persona que no retiene la Palabra de Dios. Este se regocija en la proclamación de la misma pero no le da ninguna utilidad en su vida personal. Al igual que el maná recogido por los israelitas en el desierto, la palabra se «echa a perder» y rápidamente queda olvidada.

No debemos desesperar por esta condición, tan común en estos tiempos donde estamos sobresaturados de la Palabra. Santiago nos da claras instrucciones para llegar a ser bienaventurados en TODO lo que hacemos. Esas mayúsculas no se metieron en el texto por error. Están aquí para que usted y yo recordemos que el que vive la Palabra tiene promesa de bendición, y bendición «en abundancia» como afirmó Cristo. No debe confundirse esto con una vida sin problemas, que es la interpretación humanizada del texto. Dios promete respaldar la vida de aquellos que viven conforme a sus designios, aún cuando les toque transitar por situaciones de extrema dificultad. A la misma vez, no se nos debe escapar que esta bienaventuranza alcanza a los que hacen, no a los que oyen, estudian o memorizan la Palabra de Dios. Existe una gran diferencia entre el ejercicio intelectual que implican las últimas opciones y el esmero que es condición indispensable de la primera.

¿Cuáles son estas instrucciones de Santiago? En primer lugar, debemos mirar «atentamente» a la ley perfecta. Esta actitud indica una concentración de los sentidos que no puede ser lograda en una leída superficial del texto. Es el fruto de la convicción de que los tesoros más preciosos de la Palabra están al alcance de aquellos que realmente están dispuestos a buscarlos, esperando la revelación del Espíritu. Presupone el deseo de ocuparse con seriedad a la lectura de sus mandamientos.

En segundo lugar, Santiago exhorta a perseverar en ella, siendo un «hacedor de la obra». ¿A que obra se refiere? Precisamente a la que resulta del estudio de la Palabra. Dios no entrega su verdad para informar, ni entretener, sino más bien para orientar hacia una acción concreta. El resultado incontestable del estudio será que nos mueve a hacer algo. Solamente aquellos que obedecen ese impulso divino alcanzarán la plenitud de la bendición, pues la obediencia desata el respaldo del Altísimo.

Para pensar:

La perseverancia es necesaria porque ni la carne ni el mundo nos acompañarán en el deseo de vivir en luz. La victoria es de aquellos que no desisten fácilmente de lo que se han propuesto.

MARZO 4 -- TU VOLUNTAD -- Whital Smith

AMEN

Padre nuestro que estas en los cielos
santificado sea tu nombre
venga a nosotros tu reino
sea hecha TU VOLUNTAD
en la tierra asi como en
los cielos
( Mateo 6 : 9--10 )

He llegado a conocer sin lugar a duda que la voluntad
de Dios es lo mas delicioso y placentero en el universo .
Y esto no es porque las cosas siempre van como yo
quiero que vayan tampoco porque tengo piedad extra ,
sino porque mi sentido comun me dice que
la voluntad del amor no egoista no puede ser sino
placentera La razon por la que el cielo es el cielo es
porque la voluntad de Dios es hecha perfecramente alli.
He escuchado acerca de la consagracion a la voluntad de
Dios esta no es una constumbre religiosa apartada para
algunos al contrario no es un logro sino un privilegio sin
precio y no puede tener sino la seguridad de que si las
personas solo conocieran lo amoroso de su voluntad ,
no solo unos pocos devotos sino cada alma en el universo
correria ansiosamente a elegir la voluntad de Dios para
cada momento de sus vidas Si yo estuviera perdido en
el desierto y un guia calificado me ofreciera guiarme a
la seguridad ¿ Seria dificil rendirme a sus manos ? No
le diria " Hagase tu voluntad , yo te sigo ? Seria tan
dificil rendirme a mi mismo a mi Guia celestial a
nuestro Dios y decirle " Amado Señor , hagase tu
voluntad " Veran ..... consagrarnos a El y hacer
su voluntad es el mayor privilegio que un alma
puede tener -Mi comida es hacer la voluntad del que
me envió y terminar su trabajo ( Juan 4:34 )
Hacer su voluntad es simplemente delicioso , no
es una carga sino una almhoada para descansar
y esto es ver dad Mi alma se hunde en el dulce
y acogedor descanso que ninguna palabra puede
describir " Hagase tu voluntad "
Y EN SU VOLUNTAD ESTA NUESTRA PAZ