MARZO 11 -- Bienaventurados 4 Hambre y sed de justicia -- Spurgeon

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Mateo 5: 6.

"hambre y sed", no de pan y agua, sino, "de justicia"; en segundo lugar, tenemos una declaración extraordinaria acerca de estas personas hambrientas: Jesús dice que son "bienaventuradas" o felices; y más allá de toda duda, Su juicio es verdadero. En tercer lugar, en nuestro texto se menciona una especial satisfacción que responde a su necesidad, y en su visión anticipada los hace bienaventurados: nuestro Salvador dice: "ellos serán saciados."

Tan pronto el Espíritu de Dios le da vida, y lo hace realmente bienaventurado, comienza a apetecer la justicia delante de Dios. Sabe que es un pecador, y que, como tal, es inicuo, y por lo tanto está condenado en el tribunal del Altísimo. Pero él quiere ser justo, desea que su iniquidad sea quitada, y que sea borrada la contaminación del pasado. ¿Cómo puede hacerse esto? La pregunta que se hace repetidamente es "¿cómo puedo ser hecho justo delante de Dios?" Y no se queda satisfecho hasta que se le informa que Jesucristo ha sido hecho por Dios para nosotros "Sabiduría, justificación, santificación y redención."

Luego, cuando ve que Cristo murió en lugar del pecador, entiende cómo son quitados los pecados de los pecadores; y cuando comprende que Cristo ha obrado una perfecta justicia, no para Sí mismo, sino para los injustos, entiende cómo, por imputación, es hecho justo a los ojos de Dios por medio de la justicia de Jesucristo. Pero antes de saber eso, tiene hambre y sed de justicia, y es bienaventurado por tener hambre y sed de esa manera.

Después que ha descubierto que Cristo es su justicia en lo concerniente a la justificación, este hombre entonces anhela tener una naturaleza justa. "¡Ay!", -dice- "para mí no basta que sepa que mi pecado es perdonado. Yo tengo una fuente de pecado dentro de mi corazón, y de él fluyen ininterrumpidamente aguas amargas. ¡Oh, que mi naturaleza pudiera ser cambiada, de tal forma que yo, un amante del pecado, pudiera ser amante de lo que es bueno; que yo, lleno ahora de mal, pudiera ser lleno de santidad!" Comienza a clamar por esto, y es bienaventurado en el clamor; pero no descansa nunca hasta que el Espíritu de Dios lo hace una nueva criatura en Cristo Jesús.

Entonces es renovado en el espíritu de su mente, y Dios le da, al menos en alguna medida, aquello de lo que tiene hambre y sed, es decir, una justicia por naturaleza. Ahora odia las cosas que antes amaba, y ama ahora las cosas que entonces odiaba.

Después que es regenerado y justificado, todavía desea con ansia la justicia en otro sentido: quiere ser santificado. El nuevo nacimiento es el comienzo de la santificación, y la santificación es la prosecución de la obra comenzada en la regeneración; de tal forma que el hombre bienaventurado clama: "Señor, ayúdame a ser justo en mi carácter. Tú amas la verdad en lo íntimo; conserva pura mi naturaleza entera. No dejes que la tentación se adueñe de mí. Subyuga mi orgullo; corrige mi juicio; mantén a raya mi voluntad; hazme un santo en el templo más íntimo de mi ser, y luego haz que mi conducta hacia mis semejantes sea en todos los aspectos, todo lo que debe ser. Concédeme que hable de tal manera que crean siempre a mi palabra. Concédeme que actúe de tal manera que nadie pueda acusarme de injusticia. Que mi vida sea transparente; concédeme que, en la medida que eso sea posible, la vida de Cristo sea escrita otra vez." Así, como pueden ver, el hombre verdaderamente bienaventurado tiene hambre y sed de la justificación, de la regeneración, y de la santificación.

No existe otro deseo que sea semejante al deseo que siente un hombre nacido de nuevo por la justicia; y, de aquí que este deseo se vuelva a menudo muy doloroso. El hambre y la sed, soportados hasta ciertos grados, involucran los más agudos dolores; y un hombre que está buscando la justicia de Cristo está lleno de indecible angustia mientras no la encuentre; y el cristiano en guerra contra sus corrupciones es conducido a clamar: "¡Miserable de mí!", hasta que se da cuenta que Cristo ganó la victoria por él. Y el siervo de Cristo que desea recuperar a las naciones, y conducir a sus semejantes a seguir lo que es justo y bueno, es a menudo el sujeto de indecibles tormentos. Él lleva la carga del Señor, y hace su trabajo como un hombre que carga con un peso demasiado pesado. En verdad es doloroso para el alma cuando es llevada a tener hambre y sed de justicia.

Este santo anhelo de justicia, que el Espíritu Santo implanta en el alma del cristiano, se vuelve imperioso; no es solamente vigoroso, sino que domina todo su ser. Por esto hace a un lado todos los otros deseos y anhelos. Puede aceptar ser un perdedor, pero tiene que ser justo. Puede ser ridiculizado, pero debe aferrarse a su integridad. Puede soportar el escarnio, pero debe declarar la verdad. Debe recibir la "justicia"; su espíritu la demanda por medio de un apetito que gobierna todas sus otras pasiones e inclinaciones; y verdaderamente "bienaventurado" es el hombre a quien le ocurre esto.

Pues, observen que, tener hambre de justicia es un signo de vida espiritual. Nadie que haya estado muerto espiritualmente tuvo hambre jamás. En todas las catacumbas no se ha encontrado todavía a un muerto que tuviera hambre o sed, y no lo encontrarían nunca. Si tienes hambre y sed de justicia, estás vivo espiritualmente.

Y es también una evidencia de salud espiritual. Los médicos dicen que ellos consideran que un buen apetito es uno de los signos de que el cuerpo de un hombre está en una condición saludable, y lo mismo sucede con el alma. ¡Oh, tener un apetito voraz por Cristo! ¡Oh, ser codicioso de las mejores cosas! ¡Oh, ser ambicioso de la santidad! De hecho, debemos tener hambre y sed de todo lo que es justo, y bueno, y puro, y noble, y de buena reputación. ¡Que el Señor nos conceda más de esta intensa hambre y sed!

Habiendo descrito así el objetivo y el deseo del hombre verdaderamente bienaventurado, debo proceder ahora, en tercer lugar, a hablar de LA PROPIA BENDICIÓN, la bienaventuranza que Cristo pronuncia sobre aquellos que tienen hambre y sed de justicia: "Ellos serán saciados." Esta es una bendición única. Nadie más es "saciado" jamás.

Dios ha hecho de tal manera el corazón del hombre, que nada puede saciarlo excepto el propio Dios. Hay tal hambre y sed implantadas en el hombre nacido de nuevo, que él discierne su necesidad, y sabe que sólo Cristo puede remediar esa necesidad. Cuando un hombre es salvado, obtiene todo lo que necesita. Cuanto tiene a Cristo, está satisfecho.

Así la promesa de Cristo concerniente al hombre que tiene hambre y sed de justicia es: "él será saciado". ¿Necesita justicia? Tendrá justicia. ¿Necesita a Dios? Tendrá a Dios. ¿Necesita un nuevo corazón? Tendrá un nuevo corazón. ¿Quiere ser preservado del pecado? Será preservado del pecado. ¿Necesita ser hecho perfecto? Será hecho perfecto. ¿Necesita vivir donde no haya nadie que peque? Será llevado a habitar donde no habrá pecadores por toda la eternidad.

En adición a ser única y apropiada, esta bendición es grande y abundante. Cristo dijo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos" ¿comerán un bocado por el camino? ¡Oh, no! "Porque ellos" ¿recibirán a veces algo de consuelo? ¡Oh, no! "Porque ellos serán saciados: saciados"; tendrán todo lo que necesitan, lo necesario e incluso sobrantes. Quienes tienen hambre y sed de justicia serán llenados: serán llenados hasta el borde.

¡Cuán cierto es esto! Aquí hay un hombre que dice: "yo estoy condenado a los ojos de Dios; siento y sé que ninguna acción mía puede hacerme justo algún día delante de Él. He renunciado a toda esperanza de justificación propia." ¡Escucha, oh hombre! ¿Creerás en Jesucristo, el Hijo de Dios, y lo tomarás para que esté delante de Dios como tu Sustituto y Representativo? "Lo haré", -dice- "efectivamente confío en Él, y sólo en Él." ¡Bien, entonces, oh hombre, debes saber que has recibido de Cristo una justicia que te saciará cabalmente! Todo lo que Dios podía pedirte justamente era la perfecta justicia de un hombre; pues, siendo un hombre, esa es toda la justicia que se podría esperar que le presentaras a Dios; pero, en la justicia de Cristo, tienes la perfecta justicia de un hombre, y más que eso, pues tienes también la justicia de Dios.

En el momento de nuestra regeneración, una nueva naturaleza nos es impartida, de la cual el apóstol Pedro dice: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible"; y el mismo apóstol dice también que los creyentes son "participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia." ¿Acaso no es ese un comienzo bendito para quienes tienen hambre y sed de justicia?

Pero escuchen con atención esto; Dios el Espíritu Santo, la tercera Persona de la bendita Trinidad, condesciende a venir y morar en todos los creyentes. Pablo escribe a la iglesia de Dios en Corinto: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?" Dios mora en ti, mi hermano o hermana en Cristo. ¿No te asombra esta verdad? El pecado mora en ti, pero el Espíritu Santo ha venido también para morar en ti, y para expulsar fuera de ti al pecado.

El diablo te asedia, y procura capturar tu espíritu, y hacerlo semejante a los espíritus que están en su propia guarida infernal; pero, ¡he aquí!, el mismo Eterno ha descendido, y se ha guardado dentro de ti. El Espíritu Santo está morando dentro de tu corazón si eres un creyente en Jesús; Cristo mismo es "en vosotros, la esperanza de gloria."

Si realmente necesitas justicia, alma querida, en verdad la tienes aquí: la naturaleza cambiada y hecha semejante a la naturaleza de Dios; el principio predominante alterado, el pecado destronado, y el Padre, el Hijo, y le Espíritu Santo morando dentro de ti, como tu Dios y Señor. Vamos, me parece que, independientemente de cuánta hambre y sed de justicia tengas, puedes considerarte muy saciado, pues cuentas con estas bendiciones inconmensurables.

Y escucha muy bien esto, hermano mío y hermana mía en Cristo. Ustedes serán guardados y preservados hasta el fin. Quien ha comenzado a limpiarlos no abandonará nunca la obra hasta no dejarlos sin mancha ni arruga ni cosa semejante. No comienza nunca una obra que no pueda o no quiera completar. No ha fallado nunca en algo que haya emprendido, y no fallará nunca.

Pronuncio sobre todos ustedes que confían en Jesús, la cuarta bienaventuranza pregonada por Cristo sobre el Monte de las Bienaventuranzas, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Amén.