MARZO 13 --Bienaventurados 6 -- Limpio Corazon -- CH Spurgeon

"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Mateo 5: 8.

Una peculiaridad del grandioso Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Jesucristo nuestro Señor y Salvador, era que Su enseñanza tenía por blanco los corazones de los hombres. Otros maestros se han contentado con una reforma moral externa, pero Él buscó la fuente de toda maldad para limpiar el manantial de donde proceden todos los pensamientos, y las palabras y las acciones pecaminosas. Él insistió una y otra vez que, mientras el corazón no fuera limpio, la vida tampoco podría serlo nunca.

Oh amados, independientemente de que la así llamada "religión" reconozca como su seguidor al hombre cuyo corazón sea impuro, la religión de Jesucristo no lo hará. Su mensaje a todos los hombres sigue siendo: "Os es necesario nacer de nuevo"; es decir, la naturaleza interna debe ser regenerada divinamente, pues, de lo contrario, no pueden entrar y ni siquiera ver, ese reino de Dios que Cristo vino a establecer en este mundo.

Si tus acciones parecieran ser limpias, pero su motivo fuese impuro, serían nulas por completo. Si tu lenguaje fuera virtuoso pero si tu corazón se gozara en imaginaciones malvadas, estás ante Dios no según tus palabras, sino de conformidad a tus deseos. De acuerdo a la tendencia de la corriente de tus afectos, de tus gustos reales e íntimos y de tus aversiones, serás juzgado por Él. Lo único que el hombre pide de nuestras manos es la pureza externa, "Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"; y las promesas y las bendiciones del pacto de gracia pertenecen a quienes son limpios de corazón, y a nadie más.

Puede decirse lo mismo de la igualmente importante verdad de la regeneración. Los de corazón impuro no ven ninguna necesidad de nacer de nuevo. Dicen: "admitimos que no somos todo lo que deberíamos ser, pero podríamos ser rectificados con facilidad. En cuanto al tema de una nueva creación, no vemos su necesidad. Hemos cometido algunos cuantos errores, que serán corregidos mediante la experiencia; y ha habido algunos yerros en la vida que confiamos que puedan ser condonados mediante la vigilancia y el cuidado futuros."

Pero si el corazón no regenerado fuese limpio, vería que su naturaleza fue mala desde el principio; y se daría cuenta de que los pensamientos del mal surgen tan naturalmente en nosotros como las chispas brotan del fuego, y sentiría que sería algo terrible que una naturaleza así permaneciera sin ser cambiada. Vería dentro de su corazón celos, asesinatos, rebeliones, y males de todo tipo, y su corazón clamaría para ser liberado de sí mismo; pero precisamente debido a que su corazón es impuro, no ve su propia impureza, y no confiesa, ni lo haría en el futuro, su necesidad de ser hecho una nueva criatura en Cristo Jesús.

Pero en cuanto a ustedes que son de limpio corazón, ¿qué piensan ahora de su vieja naturaleza? ¿Acaso no es una carga pesada que continuamente soportan sobre ustedes? ¿Acaso no es la peste de su propio corazón la peor plaga que existe bajo el cielo? ¿Acaso no sienten que la propia tendencia a pecar es un constante dolor para ustedes, y que, si pudieran librarse completamente de ella, su cielo ya habría comenzado aquí abajo? Así que son los de limpio corazón los que ven la doctrina de la regeneración, y quienes no la ven, no la ven porque son de impuro corazón.

Una observación semejante es válida en lo concerniente al glorioso carácter de nuestro bendito Dios y Señor Jesucristo. ¿Quién lo ha criticado sino los hombres que tienen ojos de murciélago? Ha habido hombres inconversos que han tropezado por la belleza y la pureza de la vida de Cristo, pero los de limpio corazón están enamorados de ella. Sienten que es más que una vida humana, que es divina, y que Dios mismo es revelado en la persona de Jesucristo Su Hijo.

Si alguien no ve que el Señor Jesucristo es superlativamente codiciable, es porque él mismo no es de limpio corazón; pues, si lo fuera, reconocería en Él el espejo de toda perfección, y se regocijaría al darle reverencia. Pero, ¡ay!, todavía es cierto que, lo mismo que sucede con los asuntos morales, así también ocurre con lo espiritual, y debido a eso las grandes verdades del Evangelio no pueden ser percibidas por quienes son de corazón impuro.

Hay una forma de impureza que, más allá de las demás, pareciera cegar el ojo a la verdad espiritual, y es la duplicidad de corazón. Un hombre que es cándido, honesto, sincero, y semejante a un niño, es el hombre que entra en el reino del cielo cuando su puerta se abre para él. Las cosas del reino están escondidas para el que es insidioso y solapado, pero son claramente reveladas a los bebés en la gracia, a los de sencillo corazón, a la gente transparente que lleva su corazón al descubierto.

Un notable escritor ha observado que nuestro Señor probablemente aludía a este hecho en este versículo de nuestro texto. En los países orientales, el rey es visto raramente. Vive en un aislamiento, y es un asunto sumamente difícil lograr una entrevista con él; y se requiere de todo tipo de tramas, y de planes y de intrigas, y tal vez del uso de influencias tras bastidores, y de esa manera, un hombre puede lograr al fin ver al rey.

Pero Jesucristo dice, en efecto, "esa no es la manera de ver a Dios". No, nunca nadie se acerca a Él mediante astucia, o por medio de tramas y planes y artificios; pero el hombre sincero, que se acerca humildemente a Él, tal como es, y dice: "mi Dios, yo deseo verte; yo soy culpable, y confieso mi pecado, y te pido, por Tu amado Hijo, que perdones mi pecado," ese es el que verá a Dios.

El hombre cuyo corazón es limpio, es capaz de ver a Dios en la naturaleza. Cuando su corazón es limpio, oirá los pasos de Dios en todas partes en el huerto de la tierra, al aire del día. Oirá la voz de Dios en la tempestad, resonando de trueno en trueno desde los picos de las montañas.

Contemplará al Señor caminando sobre las grandes y potentes aguas, o lo verá en cada hoja que tiembla por la brisa. Una vez que el corazón es limpiado, puede ver a Dios en todas partes. Un corazón impuro no ve a Dios en ningún lado; pero un corazón limpio ve a Dios en todas partes, en las más profundas cuevas del mar, y en el desierto solitario, y en cada estrella que adorna la frente de la medianoche.

Además, los de limpio corazón ven a Dios en las Escrituras.Las mentes impuras no pueden ver ningún vestigio de Dios en ellas; más bien, ven razones para dudar si Pablo escribió la Epístola a los Hebreos, o tienen dudas de que el Evangelio según Juan pertenezca al canon, y eso es casi todo lo que pueden ver jamás en la Biblia; pero los de limpio corazón ven a Dios en cada página de este Libro bendito.

Cuando lo leen devotamente y en espíritu de oración, bendicen al Señor porque se ha agradado en revelarse a ellos gratuitamente por Su Espíritu, y porque les ha dado la oportunidad y el deseo de gozar de la revelación de Su santa voluntad.

Junto a eso, los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia. Los de corazón impuro no pueden verle allí del todo. Para ellos, la Iglesia de Dios no es sino un conglomerado de grupos divididos; y mirándolos, no ven otra cosa que faltas, y fracasos e imperfecciones. Debemos recordar siempre que cada persona ve de conformidad a su propia naturaleza. Cuando el buitre se remonta al cielo, ve la carroña donde esté; y cuando la paloma de alas plateadas vuela al azur, ve el trigo escogido allí donde esté. El león ve su presa en el bosque y el cordero ve su alimento en las fértiles praderas. Los de sucio corazón ven poco o nada de bien en el pueblo de Dios, pero los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia, y se gozan cuando se reúne allí con ellos.

Pero ver a Dios significa mucho más que percibir Sus huellas en la naturaleza, en las Escrituras, y en Su Iglesia; significa que los de limpio corazón comienzan a discernir algo del verdadero carácter de Dios. Cualquiera que se viera atrapado en una tormenta eléctrica, y que oyera el estruendo de los truenos, y viera todos los estragos provocados por los relámpagos y rayos, percibiría que Dios es poderoso. Si no es tan insensato como para ser un ateo, diría: "¡Cuán terrible es este Dios del relámpago y del trueno!"

Pero percibir que Dios es eternamente justo y sin embargo infinitamente tierno, y que Él es severamente estricto y sin embargo inmensurablemente abundante en gracia, y ver los diversos atributos de la Deidad, todos combinándose entre sí como los colores del arcoíris, conformando un todo armonioso y bello, esto está reservado para el hombre cuyos ojos han sido lavados primero en la sangre de Jesús, y que luego ha sido ungido con el colirio celestial por el Espíritu Santo.

Hay una gran cantidad de personas que podrían decir: "estamos conscientes de cosas espirituales. Hemos sido movidos, por la presencia de Dios entre nosotros, y nos hemos postrado, y hemos seguido adelante, y hemos sido abatidos, y luego hemos sido elevados al gozo, y a la felicidad, y a la paz; y nuestras experiencias son fenómenos verdaderos, al menos lo son para nosotros, como cualesquiera otros fenómenos bajo el cielo; y no nos van a despojar de nuestras creencias, porque están apoyadas por innumerables experiencias indudables."

"El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente." "Pero no existe un lugar secreto así," dirá alguno, ni "tampoco tal sombra." ¿Cómo sabes eso? Si otra persona viniera, y dijera: "¡ah!, pero yo habito en ese lugar secreto, y moro bajo esa sombra," ¿qué le responderías? Podrías llamarlo un insensato si quisieras, pero eso no prueba que sea un insensato; aunque tal vez él podría demostrar que tú eres un insensato, pues él es un hombre tan honesto como lo eres tú, y tan digno de que se le crea como a ti.

Los de limpio corazón pueden ver a Dios, y en efecto lo ven; no con los ojos naturales, -y lejos de nosotros sea una idea carnal como esa-, sino que, con sus ojos espirituales internos ven al grandioso Dios que es Espíritu, y tienen una comunión espiritual pero muy real con el Altísimo.

La expresión, "Ellos verán a Dios", podría significar algo más. Como ya he dicho, los que veían a los monarcas orientales eran considerados generalmente como personas altamente privilegiadas. Había ciertos ministros de estado que tenían el derecho de entrar y ver al rey siempre que decidieran hacerlo, y los de limpio corazón gozan precisamente de un derecho semejante, recibido para entrar y ver a su Rey en todo momento. En Cristo Jesús tienen el valor y la autorización para acercarse al trono de la gracia celestial con confianza.

Siendo limpiados por la sangre preciosa de Jesús, se han convertido en los ministros, esto es, en los siervos de Dios, y Él los emplea como Sus embajadores, y los envía con Sus elevados y honorables encargos, y ellos pueden verlo siempre que Sus asuntos les conduzcan a la necesidad de una audiencia con Él.

Y, por último, llegará el tiempo cuando aquellos que han visto así a Dios en la tierra, le verán cara a cara en el cielo. ¡Oh, el esplendor de esa visión! Es inútil que intente hablar de ella. Posiblemente dentro de una semana, algunos de nosotros sabremos más acerca de ella que todo lo que los teólogos de la tierra pudieran decirnos. No es sino un fino velo el que nos separa del mundo de gloria; puede ser rasgado en dos en cualquier momento, y entonces, de inmediato:

"Lejos de un mundo de dolor y pecado,
Con Dios eternamente unidos. . .


los de limpio corazón entenderán plenamente lo que significa ver a Dios. ¡Que esa sea su porción, y la mía también, por siempre y para siempre!

ESTA LIMPIEZA DEL CORAZÓN ES UNA OBRA DIVINA.

Y, créanme cuando les digo que nunca es una obra innecesaria. Nadie (excepto Cristo Jesús) nació jamás con un corazón limpio; todos han pecado, todos necesitan ser limpiados, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.

El corazón sólo puede ser limpiado por el Espíritu Santo de Dios. Tiene que venir sobre nosotros, y cubrirnos con Su sombra, y cuando ha venido así a nosotros, entonces nuestro corazón es cambiado, pero nunca antes de eso. Cuando el Espíritu de Dios viene de esta manera a nosotros, limpia el alma, -para seguir la línea de la enseñanza de nuestro Salvador en el capítulo que estamos analizando- mostrándonos nuestra pobreza espiritual: "Bienaventurados los pobres en espíritu."

Esa es la primera obra de la gracia de Dios: hacernos sentir que somos pobres, que no somos nada, que no merecemos nada, que somos indignos de algún merecimiento, y que somos pecadores merecedores del infierno. Cuando el Espíritu de Dios prosigue con Su obra, lo siguiente que hace es conducirnos a llorar: "Bienaventurados los que lloran." Lloramos cuando pensamos que hemos pecado como lo hemos hecho, lloramos anhelando a nuestro Dios, lloramos anhelando el perdón; y, entonces, la aplicación del agua y de la sangre que fluyeron del costado hendido de Cristo sobre la cruz, es el gran proceso que limpia eficazmente el corazón.

El ángel le dijo a José, antes de que Cristo naciera: "Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." Todo el proceso de la salvación puede ser explicado brevemente así: el Espíritu de Dios nos encuentra con corazones inmundos, y viene y proyecta una luz divina al interior nuestro, para que veamos que los corazones son perversos. Luego nos muestra que, siendo pecadores, merecemos ser el blanco de la ira de Dios, y nos damos cuenta de que lo merecemos. Entonces nos dice: "Pero esa ira fue soportada por Jesucristo a nombre de ustedes." Él abre nuestros ojos, y vemos que "Cristo murió por nosotros", en nuestro sitio, y en lugar nuestro, y por nuestra causa. Lo miramos a Él, creemos que murió como nuestro Sustituto, y nos confiamos a Él. Entonces sabemos que nuestros pecados son perdonados por causa de Su nombre, y nos invade el gozo por el perdón del pecado con una emoción que no habíamos experimentado nunca; y en el siguiente instante, el pecador perdonado clama: "ahora que soy salvo, ahora que soy perdonado, Señor mío Jesucristo, seré Tu siervo para siempre. Voy a matar los pecados que te mataron a Ti; y si Tú me das la fortaleza de hacerlo, ¡te serviré mientras viva!"

La corriente del alma del hombre corría antes hacia el mal; pero al momento que descubre que Jesucristo murió por él, y que sus pecados le son perdonados por causa de Cristo, el torrente entero de su alma fluye en dirección contraria, hacia lo que es recto; y aunque todavía tiene una lucha contra su vieja naturaleza, a partir de ese día el hombre es de limpio corazón; es decir, su corazón ama la pureza, su corazón busca la santidad, su corazón ansía la madurez.

Ahora es un hombre que ve a Dios, ama a Dios, se deleita en Dios, anhela ser semejante a Dios, y ávidamente anticipa el tiempo cuando esté con Dios, y lo vea cara a cara. Ese es el proceso de purificación; ¡que todos ustedes lo experimenten a través de la obra eficaz del Espíritu Santo! Si están deseosos de experimentarlo, es proclamado gratuitamente para ustedes. Si anhelan verdaderamente el corazón nuevo y el espíritu recto, les serán dados gratuitamente. No es necesario que se preparen para recibirlos. Dios tiene la capacidad de obrarlos en ustedes en esta misma hora. El que despertará a los muertos con el sonido de la trompeta de la resurrección, puede cambiar su naturaleza con la simple volición de Su mente llena de gracia. Él puede, mientras estás sentado en este templo, crear en ti un nuevo corazón, renovar un espíritu recto dentro de ti, y enviarte de regreso como un hombre diferente de lo que eras cuando entraste, como si fueras un hijo recién nacido.

El poder del Espíritu Santo para renovar al corazón humano es ilimitado. "¡Oh", -dirá alguien- "yo quisiera que renovase mi corazón, que cambiara mi naturaleza!" Si ese es el deseo de tu corazón, eleva ahora esa oración al cielo. No dejes que ese deseo muera en tu alma, sino conviértelo en una oración, y luego exprésala a Dios, y escucha lo que Dios tiene que decirte. Es esto: "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana"; o esto: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", salvo de tu amor al pecado, salvo de tus viejos hábitos, y tan completamente salvo que te convertirás en uno de los hombres de limpio corazón que ven a Dios.