MAYO 29 - Adoracion sin escrupulos - CH Shaw

1 Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos.
2 Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él.
3 Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos;(A) y la casa se llenó del olor del perfume.
4 Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar:
5 ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?
6 Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.
7 Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto.
8 Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros,(B) mas a mí no siempre me tendréis
Juan 12.1-11


En la última semana de Cristo, antes de ofrecer su propia vida en sacrificio, se evidencia cada vez más que su trayectoria estaba sujeta a una realidad que trascendía el plano humano. La hora de su glorificación se acercaba y saltaba a la vista qué iba a ocurrir, intervinieran o no las personas a su alrededor. En el pasaje de ayer vimos que las multitudes le ofrecieron la adoración que le correspondía, aun cuando ellos no fueran concientes del significado de su entrada triunfal en Jerusalén.No accedemos a las dimensiones más profundas del reino por nuestra capacidad de analizar las mismas... El pasaje de hoy relata cómo una de su grupo más íntimo se entrega en un acto de adoración absoluta. Aunque las particularidades son diferentes la escena contiene los mismos protagonistas que participaron de una anterior visita del Mesías, Marta y María. Una vez más encontramos a Marta ocupada, sirviendo a los invitados, indicador de que ciertos hábitos están tan arraigados que aun las bondadosas exhortaciones del Hijo de Dios no producen la deseada transformación en nosotros. María, sin embargo, optó, de nuevo, por revelar su devoción a la persona de Cristo. En un acto de adoración sin límites, que nos recuerda a la jubilosa danza de David frente al retorno del arca, María derrama sobre los pies de su Maestro un costoso perfume que alcanza a llenar la casa con su fragancia. Así de claros son los efectos de la verdadera adoración para los que están cerca de la persona que adora.
Con este acto de entrega María participa en los misterios del reino. Sin saberlo, se adelanta a la unción del Cristo que entregará su vida para salvar al mundo. No accedemos a las dimensiones más profundas del reino por nuestra capacidad de analizar las mismas, sino por el grado de nuestra entrega a aquel quien es el centro mismo del reino. Y como ocurriera con Mical en su censura hacia el rey de Israel, quienes no viven la plenitud de una relación amorosa con Jesús también encuentran escandalosas las manifestaciones más apasionadas hacia su persona. En este evento, Judas inmediatamente objetó que el perfume podría haber sido mejor aprovechado en generar recursos para ayudar a los pobres. Aun en los carnales la frialdad debe disfrazarse de aparente piedad, pues claramente no tenía interés alguno en los pobres.
La noticia de su presencia en la casa de Lázaro no tardó en movilizar a las multitudes que también deseaban ver al que había regresado de la muerte, pero «los principales sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro; porque por causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús» (vv. 10,11).
La reacción de Judas y los sacerdotes no deja lugar a duda que la vida que Cristo propone es incompatible con el sistema de este mundo. Ni siquiera los que están cerca de nosotros la entenderán, al menos que ellos mismos sean también verdaderos adoradores. Esta es nuestra vocación: llenar el mundo de la fragancia de nuestra relación con Cristo, que puede atraer a algunos y despertar oposición en otros. Sea cual sea la respuesta, nuestro paso por la vida no deberá, de ninguna manera, pasar desapercibido.