JUNIO 14 -- hacedor de la Palabra -- CH Shaw

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.(L)
19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Mateo 5 : 17--20


No ha de extrañarnos que, al percibir el tono radicalmente diferente en las palabras de Jesús, muchos de los presentes comenzaran a pensar que él traía una nueva enseñanza que convertía en nula la ley.
Ninguno de ellos jamás había escuchado esta clase de enseñanzas en boca de los escribas y los fariseos.

Mas Cristo se anticipa a este sentir en sus oyentes y declara: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios.

Es importante que nosotros prestemos atención a esta declaración de Jesús, especialmente los que vivimos en una época donde muchos líderes parecen competir los unos con los otros para ver quién puede traer a la iglesia la última novedad que asegura la bendición de Dios. Pareciera que la Escritura en sí nos resulta aburrida, por lo que tenemos que estar añadiendo siempre algún «descubrimiento» que se le ha escapado a la iglesia que nos antecede por 2000 años. Jesús no solamente valoró la Palabra de la ley y los profetas, sino que también aclaró que había mayores probabilidades de que el mundo creado deje de existir antes de que la Palabra pierda su validez.

Para todos los que hemos recibido el encargo de un ministerio de enseñanza y proclamación de su Palabra esta declaración del Maestro nos deja una seria advertencia. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios, no admitiendo nosotros la posibilidad de reemplazarla por ninguna de las «novedades» que tan atractivas parecen en estos tiempos. Es por medio de la Palabra que el pueblo entiende la clara voluntad de Dios. Es por medio de la Palabra que se nos llama a una vida de obediencia. La Palabra es la que limpia y santifica, salvando a la iglesia de ser como «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef 4.13). No obstante, ¡cuán difícil es encontrar hoy líderes que son personas de la Palabra!

En Cristo vemos no solamente a un hombre que entendía claramente la Palabra, sino a uno que también sabía interpretar con perfección el espíritu de la letra, sacándola de la vida religiosa y llevando las Escrituras al plano de lo espiritual. El poder de su enseñanza no solamente radicaba en esta profunda comprensión de la Verdad, sino también en que era un hombre que vivía lo que enseñaba. Por esta razón declaró que los grandes en el reino son aquellos que «cumplen la Palabra y la enseñan» a otros. ¿Será que el orden en esta observación nos da una pista acerca del secreto de un ministerio eficaz? Ciertamente el ministro que aspira a impactar a otros deberá ser, primero, un hacedor de la Palabra