JULIO 2 -- Resistid y Huirá -- David Wilkerson

Satanás tentó a Jesús con la siguiente oferta: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:9).

Esto suena tan extraño, tan ridículo, ¿cómo podría ser considerado como una tentación? Aunque usted no lo crea, ésta era una tentación sutil y poderosa. Satanás estaba desafiando a Jesús, al decirle: “Te prometo que si tan sólo te inclinas levemente a mis pies, en un sencillo acto de adoración, abandonaré la pelea. Rendiré todo mi poder sobre estos reinos. Ya no poseeré a nadie ni esclavizaré a ninguno. Sé que amas a la humanidad tanto como para ser maldecido por Dios por causa de ellos. Entonces, ¿por qué esperar? Te puedes sacrificar ahora mismo, y liberar al mundo a partir de este momento”.

¿Por qué estaba dispuesto el diablo a rendir todo su poder por esto? Estaba tratando de salvar su propio pellejo. Satanás sabía que su destino eterno estaba determinado en el Calvario. Así que, si él pudiera tan sólo impedir que Jesús fuera a la cruz, podría librarse de tal destino.

Usted se estará preguntando: “¿Qué tiene que ver esto conmigo?” Satanás sigue tentando a los justos con una oferta similar. Satanás viene a nosotros con amenazas y acusaciones. Nos dice: “No tienes que adorarme, porque yo ya tengo acceso a tu carne. Conozco todas tus debilidades. Así que, anda nomás y testifica sobre tu libertad en Cristo. Cuando estés cantando tus alabanzas más fuertes, me impondré sobre tu mente con maldad. Traeré tu pecado a ti de una forma tan poderosa, que perderás toda esperanza de ser libre. No tienes poder”.

¿Cómo respondemos a las acusaciones de Satanás? “Resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). No importa cuántas tentaciones Satanás lance sobre usted. Usted no tiene por qué temer ningún pecado de su pasado. Si la sangre de Cristo lo ha cubierto, entonces el diablo no puede hacer nada para separarlo a usted del Padre.


JULIO 1 -- No solo de Pan -- David Wilkerson

Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:2-3).

En el momento en que Jesús era físicamente vulnerable, el diablo trajo su primera tentación.

No había pecado en tener hambre. Así que, ¿cuál era el asunto aquí? Satanás estaba desafiando a Jesús: “Si eres completamente Dios, entonces tienes el poder de Dios en ti. Y ahora mismo, estás en una situación muy dura. ¿Por qué no usas el poder que Dios te ha dado para librarte a ti mismo? ¿No te dio Él dicho poder para ver si lo usarías correctamente?”.

Acá tenemos una de las tentaciones más insidiosas que enfrenta el verdadero pueblo de Dios. Como Jesús, el ejemplo, usted tiene una pasión por Dios. Ha decidido rendirse a Él con todo su corazón. Luego el Señor lo lleva a experimentar el desierto y, luego, surgen preguntas. Usted comienza a desorientarse y duda sobre el propósito eterno de Dios en su vida. Y mientras trata de orar y obtener la victoria, las tentaciones de Satanás parecieran ser más feroces que nunca.

El enemigo quiere que usted viva independientemente del Padre. El diablo dice: “Tu sufrimiento no es de Dios. No tienes que pasar por esto. Tienes el poder de Dios en ti, por el Espíritu Santo. Di la palabra, libérate a ti mismo. Satisface tu propia hambre”.

La primera artimaña de Satanás fue crear un fracaso del poder. Esperaba que Dios no honrase el clamor de Jesús por pan, si lo hubiera pedido. Si el poder del cielo fallara, entonces Cristo dudaría de su divinidad y se alejaría de su propósito eterno en la Tierra. Segundo, Satanás sabía que Jesús fue enviado para hacer sólo lo que el Padre le dijo. De modo que se propuso convencer a Cristo a que desobedezca por su propio bienestar. De esa forma, si Jesús usaba su poder ahora, para evitar el sufrimiento, podría hacer lo mismo luego, para evitar la cruz.

Así que, ¿cómo respondió Jesús a la tentación del diablo? “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Cristo dijo, en esencia: “Mi venida a la Tierra no tiene que ver con mis necesidades, dolores, heridas o comodidad física. He venido a dar a la humanidad, no a salvarme a mí mismo”.

Aun en ese nivel de sufrimiento, Jesús no perdió de vista su propósito eterno. Y si nuestro Señor aprendió dependencia y compasión a través de una experiencia en el desierto, nosotros también.