JUNIO 28 -- Un Dia a la vez -- Ch Shaw

25 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria(G) se vistió así como uno de ellos.
30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
34 Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Mateo 6 : 25--34

Cristo deja un último consejo, de tono absolutamente práctico: «Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal.» ¿Será que en este enunciado se encuentra uno de los secretos de la vida pausada y gozosa que vivió nuestro amado Señor?

Ciertamente no encontramos evidencias en el relato de los evangelios de que haya sido una persona propensa a la preocupación. Las circunstancias más adversas y complicadas no lograban alterar su estado de ánimo. Todo lo que recibimos es regalo de Dios, otorgado por pura gracia, exclusivamente para los hijos que ama.

No cabe duda de que parte de esta entereza espiritual frente a una vida llena de dificultades y sufrimiento tiene que ver con la vitalidad de su relación con el Padre, algo que nutría día a día en tiempos de recogimiento y quietud. No obstante, la capacidad de vivir a plenitud cada día, con sus contratiempos y victorias, parece ser también un factor que marcó un estilo de vida en él.
De hecho, una de las cosas que más frecuentemente nos roba la posibilidad de disfrutar del presente es estar pendientes del mañana. No disfrutamos de la semana porque estamos a la espera del fin de semana. No nos deleitamos en la etapa del noviazgo porque no vemos la hora de casarnos. No nos alegramos en los hijos que tenemos porque estamos demasiado ocupados en asegurarles «un futuro digno». De esta manera transcurre nuestra vida, siempre con la vista puesta en alguna etapa futura que nos roba de la posibilidad de vivir a plenitud el momento en que nos encontramos.

Jesús reduce su óptica, en este tema, a la distancia más corta posible: el día en que estamos. No me mal interprete; no estoy diciendo que él era una persona irresponsable, ni tampoco que no debemos anticiparnos, en forma correcta, a los eventos que se aproximan en el futuro cercano. Lo que estoy señalando es que Jesús no permitía que esto lo distrajera por un instante de la responsabilidad de vivir a plenitud cada momento que el Padre le traía. La verdad es que ninguno de nosotros siquiera sabe si estará con vida mañana. Más es enteramente posible que por nuestras muchas preocupaciones el mañana llegue acompañado de un sin fin de remordimientos porque no hicimos o disfrutamos de ciertas cosas cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo. ¡Qué tremendo desafío para nosotros!

Vivamos a plenitud cada día, con sus cosas buenas y malas, de modo que no tengamos, a la noche, de qué lamentarnos. Todo lo que recibimos es regalo de Dios, otorgado por pura gracia, exclusivamente para los hijos que ama.

JUNIO 24 -- ORAD SIN CESAR -- CH Spurgeon

Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias;
Colosenses 4 : 2


Es interesante notar cuántos pasajes en las Sagradas Escrituras se ocupan de la oración, suministrando ejemplos, inculcando preceptos y haciendo promesas.
Apenas abrimos la Bilbia leemos: “Entonces los hombres impezaron a invocar el nombre del Señor” Gén. 4: 26. Y antes de terminar el Libro de Apocalipsis, nos hallamos con el amén de una ardiente súplica.
Hay innumerables ejemplos:
• Aquí hallamos a Jacob que lucha.
• Más allá a David que clama a Dios con todo su corazón.
• En el monte vemos a Elías.
• En el calabozo vemos a Pablo y a Silas.
Tenemos sobre la oración, multitudes de mandamientos y muchísimas promesas.
¿Qué otra cosa nos enseña esto sino la sagrada importancia y la necesidad de la oración?
Estemos seguros de que cualquier cosa que Dios ha destacado en su Palabra, desea que ocupe un lugar importante en nuestras vidas.
Si se ha hablado mucho de la oración, es porque sabe que tenemos necesidad de ella.
Tan grandes son nuestras necesidades que hasta que estemos en el cielo, no debemos cesar de orar.
Un alma sin oración es un alma sin Cristo.
La oración es:
• El bal buceo del niño en la fe.
• El clamor del creyente que lucha.
• La música del santo que agoniza y duerme en Jesús.
• Es la respiración del alma.
• La consigna del cristiano.
• El consuelo del creyente.
• La fortaleza del hijo de Dios.
• El honor del cristiano.
Busquemos realmente el rostro de nuestro Padre a través de la oración. Pidámosle que nos conceda ser más santas, humildes, celosas y pacientes.
Tengamos una comunión más íntima con Cristo y entremos más frecuentemente en el banquete de su amor.
Pidámosle que nos haga un ejemplo y una bendición para otros, y que nos ayude a vivir más para la gloria de Dios.

Mi amado habló, y me dijo:
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Porque he aquí ha pasado el invierno,
Se ha mudado, la lluvia se fue;
Se han mostrado las flores en la tierra,
El tiempo de la canción ha venido,
Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola.
La higuera ha echado sus higos,
Y las vides en cierne dieron olor;
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña,
en lo escondido de escarpados parajes,
Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;
Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto.
CANTARES 2 : 10--14

JUNIO 16 -- El Regalo del Padre para su Hijo -- David Wilkerson

21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.

23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Juan 17 : 21--23


Cuando leo estas palabras, yo apenas puedo recibirlas, “Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22). Piense en esto. Tenemos la palabra de nuestro Señor, confesada delante de su propio Padre, que él se ha dado total y completamente a nosotros, al igual que el Padre se ha dado a él. Él nos ha dado el mismo amor íntimo que su Padre le dio a él, y esa es su gloria manifestada en nosotros. Hemos sido traídos a la misma clase de relación amorosa que Jesús comparte con el Padre y aún más, él abre el círculo de amor que se tienen entre ellos y nos trae a nosotros adentro. Hemos sido hechos partícipes de una gloria que está más allá de nuestro entendimiento. ¡Cuán increíble que Cristo nos trajera al Padre y que le pidiera, “Para que sean uno con nosotros!” Compartimos completamente la plenitud del amor de Dios por su Hijo al estar nosotros en Cristo.

En un sentido verdadero, puede decirse que Dios amó tanto a su Hijo, que le dio el mundo. Sabemos que le dio aquellos que están en el mundo, porque el Señor dijo, “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste…” (v. 6).

¿No sabía usted que somos el regalo de Dios para su Hijo – un regalo de amor? “Eran tuyos; tú me los distes a todos.” Pero Cristo estaba en tal afinidad con el Padre, que él trae el regalo de vuelta a Dios y dice, “Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío…” (v. 10). Esta clase de amor no puede tomar nada para sí mismo – sino que lo da todo.

¿No es reconfortante saber que somos el objeto de tal amor entre el Padre y el Hijo? Qué honor, que Cristo nos coloque en la gran y amorosa palma de su mano, y nos presente al Padre y diga, “¡Mira, Padre! ¡Son tuyos! ¡Todos ellos nos pertenecen! ¡Son el objeto de nuestro amor! ¡Los amaré, Padre! ¡Tú los amarás! Y haremos nuestra morada en ellos y les mostraremos cuán amados son.”

¿Cómo pueden nuestras mentes comprender todo esto? Aquí está nuestro Señor diciéndole a su Padre, “Les voy a hacer conocer a ellos el amor que tú tienes por mí, para que el amor que tú me tienes pueda también estar en ellos.”

JUNIO 15 -- El amor del Padre -- David Wilkerson

24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.

25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.

26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.
Juan 17 : 24--26



Me pregunto, cuántos del pueblo de Dios pueden hoy día sinceramente clamar a nuestro bendito Señor diciéndole "¡Glorifícame contigo!" Tráeme a una afinidad. Anhelo estar más cerca, más íntimo. Mi amo, tú eres lo que yo quiero. ¡Más que señales y milagros, yo tengo que tener tu presencia!"

Escuche el ruego eminente de Jesús: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Juan 17:24).

La gloria de la cual Jesús está hablando, tiene que ver con una clase de amor muy íntimo – un amor que no permite ninguna distancia ni separación del objeto de su afección. Un amor que desea una afinidad completa, una unión eterna. Este divino amor entre nuestro Señor y el Padre era todo lo más importante para él, y él esperaba con ansias aquél día en que todos sus hijos pudiesen contemplarlo con sus propios ojos.

¡Gloria sea al santificado nombre de Jesucristo por ese pensar tan glorioso! Cristo está tan gozoso con la gloria de su íntima relación con su Padre, que anhela traer a todos sus hijos al cielo para que la contemplen.

En realidad, nuestro Señor estaba orando, "Padre, ellos deben ver este glorioso amor que nos tenemos. Deben de ver por sí mismos cuán completamente tú te das a mí. Quiero que ellos conozcan cuán grandemente soy amado – desde antes que el mundo fuese creado"

¿No será asombroso cuando nosotros, los redimidos, seamos llevados a la sala del gran banquete de Dios, a la fiesta celestial, y se nos permita contemplar el amor del Padre para con su amado Hijo, nuestro bendito Salvador? Yo veo en aquél día glorioso la oración de nuestro Señor contestada, cuando él mire a sus hijos comprados por su sangre y gozoso proclame, "Vean hijos, ¿Acaso no es real? ¿No les dije la verdad? ¿No es verdad que él me ama tanto? ¿Han contemplado alguna vez un amor tan grande? ¿Acaso no es esto un amor perfecto? Ahora ustedes ven mi gloria, el amor de mi Padre por mí, y mi amor por él."

¿No ven ustedes santos de Dios, que contemplar la gloria de Cristo en aquel día, será la revelación para nosotros del amor de Dios por su Hijo? Qué gozo saber que servimos a un Salvador que es amado. ¿Y no es aterrador contemplar que Lucifer se desprendió de tal gloria? Él está sin amor, él no tiene padre. Sin duda, esta fue su pérdida más grande. Es la gran pérdida de todos los hijos de Satanás, existir sin tener noción ni sentido del amor de un Padre celestial. En contraste, los hijos de Dios son abrazados en afinidad con Jesús mientras estamos en la tierra. Dios nos ama de la misma manera como ama a su propio Hijo. Esta verdad debería hacernos entrar en descanso.

JUNIO 14 -- hacedor de la Palabra -- CH Shaw

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.(L)
19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Mateo 5 : 17--20


No ha de extrañarnos que, al percibir el tono radicalmente diferente en las palabras de Jesús, muchos de los presentes comenzaran a pensar que él traía una nueva enseñanza que convertía en nula la ley.
Ninguno de ellos jamás había escuchado esta clase de enseñanzas en boca de los escribas y los fariseos.

Mas Cristo se anticipa a este sentir en sus oyentes y declara: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios.

Es importante que nosotros prestemos atención a esta declaración de Jesús, especialmente los que vivimos en una época donde muchos líderes parecen competir los unos con los otros para ver quién puede traer a la iglesia la última novedad que asegura la bendición de Dios. Pareciera que la Escritura en sí nos resulta aburrida, por lo que tenemos que estar añadiendo siempre algún «descubrimiento» que se le ha escapado a la iglesia que nos antecede por 2000 años. Jesús no solamente valoró la Palabra de la ley y los profetas, sino que también aclaró que había mayores probabilidades de que el mundo creado deje de existir antes de que la Palabra pierda su validez.

Para todos los que hemos recibido el encargo de un ministerio de enseñanza y proclamación de su Palabra esta declaración del Maestro nos deja una seria advertencia. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios, no admitiendo nosotros la posibilidad de reemplazarla por ninguna de las «novedades» que tan atractivas parecen en estos tiempos. Es por medio de la Palabra que el pueblo entiende la clara voluntad de Dios. Es por medio de la Palabra que se nos llama a una vida de obediencia. La Palabra es la que limpia y santifica, salvando a la iglesia de ser como «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef 4.13). No obstante, ¡cuán difícil es encontrar hoy líderes que son personas de la Palabra!

En Cristo vemos no solamente a un hombre que entendía claramente la Palabra, sino a uno que también sabía interpretar con perfección el espíritu de la letra, sacándola de la vida religiosa y llevando las Escrituras al plano de lo espiritual. El poder de su enseñanza no solamente radicaba en esta profunda comprensión de la Verdad, sino también en que era un hombre que vivía lo que enseñaba. Por esta razón declaró que los grandes en el reino son aquellos que «cumplen la Palabra y la enseñan» a otros. ¿Será que el orden en esta observación nos da una pista acerca del secreto de un ministerio eficaz? Ciertamente el ministro que aspira a impactar a otros deberá ser, primero, un hacedor de la Palabra